La historia guarda un refugio de solemnidad,
fueron los libros la irresponsable creencia
de habitar en un mundo ya vivido
-perpetrado para la memoria de los vivos-
como si el reencuentro sirviera para olvidar la luz
más allá de historias y otros juegos infantiles.
Poco valía repartir el pan y la lluvia de la noche,
afuera, la irónica y sumisa presencia del amor
dejaba en entredicho tanta historia,
valía con saltar la verja y buscar la mirada de la vida
y darse cuenta de todo lo que se nos hacía olvidar,
del timbre y la regla, del dolor y la mentira,
del tiempo y su muerte repentina.
Y ahora vale con besar los labios que siempre esperan,
sin la sencillez de lo vivido, saltando los charcos de noviembre
buscando la solemnidad y el refugio eterno de la historia.
© Miguel Á. Bernao
