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Cuadernos Manchegos
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En esta ocasión hemos seleccionado un curioso entremés de los muchos que escribió Cervantes, quizá poco conocido pero muy interesante por presentar una serie de secuencias de la vida que podrían ser de actualidad y aplicados a nuestra vida cotidiana y, como siempre, son originales e ideados con gran ingenio. Hemos abierto la páginas de algunos de los entremeses que dedicó y nos hemos detenido en el titulado “El juez de los divorcios”, donde se explica en forma de conversación cuatro-cinco demandas de separación de otros tanto matrimonios que el juez tiene que resolver en presencia del escribano y del procurador de turno.

En el primero de ellos se deduce el “exceso de cariño” de EL VEJETE  y La Mariana, entre los que existe una marcada diferencia de edad y con un desprecio total entre ellos, que se deducen por las expresiones que se dedican entre ambos de extraordinaria lindeza y  que entresacamos: Así la Mariana denomina a su marido: “Espuerta de huesos” y le dice que cuando se casaron ella era una lozana mujer con una cara como un espejo y ahora parece como una vara de friso encima, que quiere decir como una pieza de tela arrugada y negra. Continúa la declaración con una expresión curiosa diciendo la Mariana: Que el tiempo de los matrimonios debería de ser como en las repúblicas y los reinos y a los tres años debería de procederse a la confirmación o anulación de los mismos. También le dice que le huele muy mal la boca y que su olor se puede apreciar a una distancia mayor de tres tiros de arcabuz, a lo que EL VEJETE  responde que miente porque no tiene ningún diente en la boca. Por otro lado EL VEJETE  se explica que la Mariana, a base de empujones y vaivenes le estaba llevando a la tumba añadiendo que cuando se casó es como su hubiera entrado de remero a la orden del director de boga de un barco calabrés de galeras (Vamos, a órdenes). Por último la solución que se aporta es que dividan sus dineros y cada uno se encerrara en un monasterio, a lo que ella contesta con la siguiente expresión: “Encerraos vos que ni tenéis ojos para ver, ni oídos con que oír, ni pies con que andar, ni mano con qué tocar”. Finalmente el juez determina no tener criterios para proceder a conceder la separación.

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En el segundo caso el juez se enfrenta al divorcio entre un soldado y su mujer. La mujer alega  que quiere separarse déste, a lo que el juez pregunta que si no tiene nombre este hombre, a lo que la esposa contesta que “si fuera hombre no pediría el divorcio, porque no es un hombre es un leño”. El soldado deduce con buen criterio que sería bueno que el juez creyera a su mujer, para así poder divorciarse y verse libre. La mujer alega que es casta y cumplidora de ser mujer honesta y respetuosa en su matrimonio. El soldado con “toda su buena intención” alega que eso no es suficiente, porque su mujer tiene otros defectos y que no se puede vivir con una mujer que siempre está: “rostrituerta, enojada, celosa, pensativa, manirrota, dormilona, perezosa, pendenciera, gruñidora”, entre otras virtudes. La mujer le califica de ocioso, vago y de no traer dinero a casa para sustentar el matrimonio.

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El tercer asunto a resolver es el de un médico, que llama Cirujano y su esposa Aldonza de Minjaca. Es muy breve pero no deja de ser entretenido. El hombre expone cuatro causas principales de esta categoría para solicitar el divorcio: “porque no la puedo ver más que a todos los diablos; por lo que ella sabe; por lo que yo me callo y la cuarta porque no me lleven los demonios, cuando desta vida vaya, si he de durar en su compañía hasta mi muerte”. Pues no es menos importante la respuesta de la tal Aldonza, ya que alega cuatrocientas razones: “porque cada vez que lo veo hago cuenta que veo a Lucifer”;—la segunda la resumo por no extenderme—: que él dijo que era médico y resultó ser cirujano, por lo que  el precio que se cobra es menor; ” la tercera porque tiene celos del sol que me toca”; y otra : “…que, como no le puedo ver, querría estar apartada de él dos millones de leguas ¿Qué os parecen los planteamientos de cada uno? Aunque no evito de aportar el último razonamiento del Cirujano que dice literalmente: “….yo no quiero morir con ella, ni ella gusta de vivir conmigo”. La  mujer sigue exponiendo razones y el juez detiene su intervención, alegando que no hay tiempo suficiente para oír las cuatrocientas razones que piensa indicar la tal Aldonza.

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En ese momento Cervantes añade la entrada de un Ganapán que también pide divorcio, porque, estando borracho, se casó con una mujer de mala vida, que se metía con todo el mundo y estaba en continuas riñas en el mercado, con los vecinos y con la mayoría de la gente y le promete al juez llevarle gratis carbón durante todo el verano a cambio de que le conceda la separación o  cambie de condición a su mujer. (¿A esto se llama soborno?)

El juez con un sentido criterio les indica que en ambos casos hay que presentar testigos y enviarlo por escrito, por lo que considera estos casos a prueba.

En ese momento entra una banda de músicos que está celebrando el avenimiento de un matrimonio de un juicio anterior y que el señor juez consiguió arreglar, invitándole a una gran fiesta en su casa, a lo que el buen juez indica que todo los matrimonios deberían apaciguarse, en contra de la opinión del procurador que no hace otra cosa que no estar de acuerdo porque de esa manera los escribanos y procuradores perderían su trabajo y quedarían sin sueldo.(Como todos los seres humanos, cada uno tiene sus intereses).

Finalmente el entremés del “juez de los divorcios” finaliza con un bonito poema de cinco estrofas que bien merece la pena leer, porque está pensado como resumen de todos los casos expuestos en el entremés.

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