Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

Cuéntase que se cuenta, cuéntase que ocurrió que durante muchos años circulaba por Madrid y otras capitales lo que se llamaban tranvías. Este medio de transporte era muy utilizado por su autonomía y por circular sin que tener que esperar al tráfico rodado, aunque tampoco muy abundante en aquellos tiempos, por lo que la gente se desplazaba en metro o en autobús.

En nuestra juventud el uso del tranvía y las peripecias que se hacían era un juego, a veces peligroso, no por el daño físico, sino por las posibles represalias del conductor o cobrador y a veces por la misma policía.

Jacinto me contaba la cantidad de divertimentos a que daba lugar su utilización.

Diremos que el tranvía circulaba por dos raíles y eran eléctricos, comunicando la corriente mediante una vara que enganchaba a la parte superior con la línea eléctrica y comunicaba la corriente al mando del conductor que se encontraba en la parte delantera del vehículo. El enganche a la línea se hacía mediante un tirante de cable de material resistente y una polea metálica acanalada que aseguraba el contacto con el resto del cable. El manejo del trole, que así se llamaba, se hacía mediante una correa de soga rígida, que permitía desenganchar o enganchar la corriente del tendido del cable general que alimentaba todo el circuito. Con posterioridad desapareció esta correa y el enganche era directamente a la parte superior del tranvía, para evitar que nadie pudiera desengancharlo a capricho.

Disponía de dos topes: uno delantero y otro trasero, metálicos y el conductor manejaba una manivela que giraba en semicírculo para aumentar la velocidad o para desconectarla de la corriente en las paradas. En el interior tenían asientos de madera y entradas y salidas por ambos lados al principio y al final, pero carecían de puertas y únicamente se colocaba una cadena como sistema de seguridad. En la parte delantera se situaba el conductor al mando de la manivela de marcha.

Jacinto, que debió ser una pieza de cuidado de muchacho, nos contaba que uno de los mayores entretenimientos consistía en montarse en el tope del tranvía, en la parte de atrás y viajar unas estaciones y luego salir corriendo antes que el cobrador se diera cuenta, cosa difícil, porque para ello tenía que parar el tranvía e intentar salir corriendo detrás para enganchar a algún chaval - de hecho no lo intentaban nunca - , por lo que viajar gratis era un costumbre entre la gente joven, pero no únicamente por el simple hecho de desplazarse de una lugar a otro, sino también por puro entretenimiento. Desde luego poco recomendable para personas mayores porque el tope era una barra de hierro bastante estrecha y el aposentar la parte trasera del cuerpo y los continuos traqueteos de la máquina hacía poco menos que insoportable el mantenerse durante mucho tiempo y que en mucha ocasiones produjo caídas, más o menos peligrosas según la velocidad que llevara el tranvía, para los que así intentaban divertirse.

Los más avezados, cuando querían viajar con mayor comodidad, utilizaban una especie de almohadilla pequeña para evitar tener que soportar un viaje tan duro, ya que a los continuos traqueteos del tranvía se unían los altibajos.

Como cabe suponer, continuaba contándonos Jacinto, estaba prohibido montar en el trole y los viajeros gratuitos tenían que estar muy atentos, porque la policía estaba muy advertida y si te cogían te llevaban a la comisaría, avisaban a tu padre para que pagara la multa y ni que decir tienen que los castigos paternos en aquel entonces eran duros.

Jacinto vivía en aquel entonces en un barrio alejado del centro de la capital y trabajaba de aprendiz en una tienda y para ahorrar dinero buscaba las mañas de no gastarse el billete del tranvía. Como salía tarde, quedaba siempre con un amigo, que se llamaba Rogelio, que también trabajaba de aprendiz, pero con la suerte que este amigo, estaba aprendiendo en una pastelería. No todas las noches, pero muchas, solía traer un paquetillo de pasteles que consumían durante el viaje con toda tranquilidad, ya que a la hora que llegaban era de noche y no existía el problema de la policía—grises— como se les llamaba en aquel entonces.

Jacinto decía que la cuadrilla de amigos hacía muchas perrerías y travesuras y que en muchas ocasiones se transformaban en lo que hoy llamaríamos casi delitos. Nos decía: ¿Quién no ha roto alguna vez una bombilla con el tirador? ¿Quién no ha cazado pájaros? ¿Quién no ha levantado las faldas a las niñas? Pero también se jugaba a otros más normales de verdaderos niños: el tacón, las chapas, las carreras, a dola, a las canicas, al churro, a la gallinita ciega, al tú la llevas, al escondite inglés y tantos otros de aquella época, ya que no todos los muchachos hacían las mismas travesuras.

Los que peor soportaban estas diversiones de juventud eran los cobradores y los conductores, porque también era frecuente que cuando el tranvía pasaba por tu casa o por donde quisieras apearte, tirabas de la cuerda del trole y, como es normal el tranvía se paraba, con el consiguiente mal genio del tranviario y lo mismo se hacía cuando querías que parara. La solución siempre era salir corriendo, porque los tranvías que circulaban en parte por las afueras de la capital, eran casi siempre a puro campo y coger a un muchacho de  dieciséis a dieciocho años corriendo, no lo intentaba nadie.

Pero no paraban ahí las andanzas de la muchachada de aquellos años con el tranvía. También era costumbre acompañar a la carrera al tranvía durante un tiempo y con pistolas de goma echar agua a los viajeros para asustarlos, porque el agua no llegaba a los cristales, ya que los muchachos, que no eran tontos, guardaban una cierta distancia con el tranvía y las pistolas no eran del oeste precisamente, pero disfrutaban con el susto que se llevaban los viajeros. Si a ello incluimos la también costumbre de poner paquetes de plástico en las vías o pequeñas piedras en los raíles, el abanico de diversiones era enorme y proporcionaba una gran distracción para aquellos que podían disfrutar del paso del tranvía por sus alrededores.

Jacinto disfrutaba contando las continuas travesuras que hacían de jóvenes y lo bien que se lo pasaban con sus distintos juegos, pero entre la chiquillería de aquella época, sin duda el tranvía era el preferido y el que más cantidad de aventuras proporcionaba. Por desgracia los tranvías desaparecieron en el año 1972 y Jacinto dijo que tuvieron que buscarse otros entretenimientos.

 

Tranvía Madrid

La juventud es un tesoro que desgraciadamente se pierde con la edad

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