La misma flor de siempre
apenas cuatro meses,
rancia, escueta, silente,
la misma flor de invierno
con rango de eternidad florece
tras la primavera muerta
y la excitación del sol presente.
Así pasa la vida tras los cristales,
la humanidad y sus historias,
sus quehaceres, los secretos,
las noches y los atardeceres,
el miedo ante el olvido recurrente,
así, sin más, sin el premio del aire
o el placer indescriptible de un buen vino,
y en la mesa, los de siempre,
pan de hogaza y un plato de sopa caliente,
papá, mamá y el rumor de los ausentes,
y al fondo, con una sonrisa cómplice,
la foto de la yaya sobre el estante.
La misma flor de siempre
apenas cuatro meses.