Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

Cuéntase que se cuenta, cuéntase que ocurrió que venía de haber visto las dos parcelas de viña, cuando empezó a llover y cada vez arreciaba más la tormenta. El camino era recto, pero estrecho y no se encontraba en buen estado, con varios baches y charcos continuos. Paré un momento el coche para dar tiempo a que la lluvia amainara y disminuyera su intensidad.

Después de quince minutos decidí reiniciar la marcha. Arranqué de nuevo el coche y proseguí por el camino. Aunque la lluvia había llenado el camino de agua y la tierra estaba muy resbaladiza el coche circulaba normalmente. Confiado, aceleré un poco  y en el centro del camino encontré un enorme charco que ocupaba toda su anchura. No me preocupé demasiado, porque cuando hay charcos quiere decir que el suelo esta duro, así que me dispuse a pasar por encima del charco; al entrar el agua salpicó el limpiaparabrisas quedándome sin visibilidad, al mismo tiempo que por la presión del agua sobre los neumáticos se forzó la dirección, y el volante cedió a la derecha y frené y… ahí estaba: una preciosa puerta de bombo estaba frente al morro del coche a menos de un metro.

- Si no llego a frenar me meto dentro del bombo con coche y todo - pensé.

Pasado el susto continué por el camino, ahora con mucha más precaución. El camino seguía siendo estrecho y ahora discurría por una zona donde el nivel se encontraba a una mayor altura que el terreno, existiendo un corte de cuneta más bajo a ambos lados.

Miré el cuenta revoluciones y, sin darme cuenta, me encinté un poco con el borde del camino y el coche hundió su rueda delantera con la cuneta y giró noventa grados,  quedando inclinado con las rueda  trasera en el camino y las delanteras en la cuneta.

- Vaya otro susto y van dos - recapacité.

Con mucha paciencia, dando pequeños avances y retrocesos al coche, salí con relativa facilidad de esa situación y continué en dirección a la parcela de cebada que me quedaba por ver, ya seriamente preocupado, pensando que no era mi día y todas las precauciones eran pocas.

Había que seguir, así que continué la marcha. El terreno seguía pesado, aunque el camino mantenía su dureza y la abundancia de guijarros hundidos hacía que no hubiera peligro de patinazo o de que el coche resbalara.

No hay tres sin cuatro

Llegado a un cruce, ya próximo a la parcela, lo fui a atravesar y, justo en el mismo cruce, el coche patinó: si aceleraba era peor porque  el  coche patinaría aún más y no podría hacerme con el control del coche y si frenada era seguro que el vehículo girara irremediablemente, así que sujetando el volante, sin presionarlo, dejé que patinara por sí solo. Resbaló lateralmente durante dos metros y a continuación las ruedas encontraron una zona de piedra enterrada y pude hacerme con la dirección. Tercer susto del día. Esperaba poder llegar al pueblo sano y salvo.

- Como siga teniendo la misma suerte hoy me juego una primitiva, que seguro me toca - pensaba para mis adentros.

Ya parado, pensé si seguir o volverme por el cruce  del camino que había atravesado que era más principal y seguramente me llevaría a la carretera. Ya no llovía, pero hacía un intenso viento helado. No…, tenía que llegar a la parcela que ya estaba próxima, pero a la vuelta elegiría para regresar el camino principal, que prometía mayor seguridad.

No hay tres sin cuatro

Bueno, por fin había llegado a la parcela. Bajé y comprobé que la siembra estaba en buen estado y con las botas empapadas de barro me dirigí al coche y ya dispuesto me preparé para regresar. En el margen de dos parcelas, una de ellas de melones, metí la parte trasera del coche junto a un pequeño majano de piedras para girar y salí al camino. Inmediatamente escuché un ruido raro en la parte de atrás. Paré inmediatamente y me acerqué hacia donde procedía el ruido.

 Con sorpresa pude comprobar cómo en la rueda trasera derecha se había enredado una malla metálica de las que se utilizan en las plantaciones de melones para impedir la entrada de los conejos y liebres y que rodeaba completamente  la rueda. Intenté poner marcha atrás por si fuera posible que se desenredara. Bajé de nuevo para ver los efectos y ocurrió lo contrario de lo que pensaba: la malla se enmarañó todavía más que la primera vez y aunque intenté con las manos aflojarla para poder tirar de ella, no fue posible y además me rocé las manos, incluso me hice sangre en la palma de la mano al engancharme con una punta de alambre que se encontraba partida como consecuencia del fuerte estirón que quise dar.

- ¡Hala ya! Jornada completa. ¡Hay quién dé más! ¡Vaya día! - exclamé diciendo un par de groseros y sonoros tacos que aquí no reproduzco.

Intenté tirar por segunda vez de la malla ayudándome de los guantes que cogí del coche, pero era imposible desenmarañarla. Conseguí sacar un trozo fuera de la rueda y metiendo un hierro que encontré cerca del bombo la clavé con una piedra al suelo sujetando una punta de la malla. Suavemente aceleré el coche y bajé a comprobar el resultado.

Bueno, algo conseguí. Sólo faltaba media rueda aún enredada. Intenté de nuevo tirar para sacar el resto y nada que si leches. Bueno pues no hay más remedio que poner el gato.

- ¿Y dónde leches llevan el gato estos coches? - ya desesperado.

Busqué por todos sitios del coche como un loco, intentando localizar el emplazamiento del dichoso gato.

Al final encontré el gato, levanté el coche apoyándolo en dos piedras enormes, para que sujetara el esfuerzo y no se hundiera, pues el terreno estaba blando de la lluvia. Giraba la rueda al mismo tiempo que iba desenredando la malla, aunque no era sencillo, por el barro adherido.

- Bueno, asunto arreglado. Como tenga algún altercado más, pido un  helicóptero y que me lleve al pueblo - con decisión firme tomada.

Regresé al pueblo sin novedad, salvo con las manos lesionadas, los zapatos llenos de barro, el cuerpo helado y agujetas hasta en las orejas.

Tonto de mí no se me ocurrió otra cosa que echar una primitiva y que, como era natural, no salió premiada.

NO HAY TRES SIN CUATRO

No hay tres sin cuatro

.