Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

De pronto ha llegado el otoño vestido de noviembre con su corazón de hojas caídas creando una alfombra de ocres y amarillos por calles y parques al margen del devenir del mundo humano.

Europa late entre la pandemia del coronavirus que va y viene por nuestras ciudades contagiando a unos y otros sin parar en su recorrido mortal. Nos despertamos con la incertidumbre de no conocer al bicho del Covid19 ni al terrorista que decapita y asesina a los que dentro de un templo imploran ayuda a Dios en la tierra de sus mayores. Ante las macabras noticias nos cobijamos en las noticias de internet escribiendo a  unos y otros en los portales de   whatsapp, Facebook, Instagram o similares buceando en la búsqueda de la verdad y, comprobamos que hay bulos, mentiras y descredito en casi todos los espacios.

Cooperativa virgen de las Viñas de Tomelloso

Europa es un lugar no demasiado grande en los mapas mundiales. Es un continente envejecido porque los valores fundamentales que aseguran la vida están prostituidos. No nos nacen niños; niños rubios , morenos, pelirrojos, flacos y gordos, altos y bajos…Niños como lo fuimos  nosotros hablando nuestros idiomas y conociendo nuestra historia, mejor o peor, pero nuestras raíces, las que nos hicieron culturalmente como somos, como fuimos y como deberíamos seguir siendo.

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En aquella Europa la familia existía y había lugar para que nacieran los hijos y lugar para envejecer los viejos rodeados de los suyos. Ahora dependemos de los guetos sociales, guarderías para los niños y residencias para los ancianos. Todos, o casi todos, reivindican derechos. Derechos al no nacer y derecho a morir antes de que seamos llamados por Dios, si creemos en Él, y por la naturaleza si somos agnósticos o ateos. Asistimos al miedo solapado al otro. Al que no conocemos. Al que se cruza con nosotros y evitamos mirarlo porque no nos fiamos de nadie. Y llevamos mascarillas, unos sí y otros a medias, o ninguna, porque tenemos al bicho del virus campando a sus anchas por el mundo y por Europa.

En esta España de mis amores no hay día que no nos levantemos con una ruina personal del vecino o del amigo, del hijo o del padre al que han despedido…Nuestra economía es una ruina y avanzamos a la miseria en mitad de la falta de entendimiento de los gobernantes a los que parece que no les importamos, excepto para cobrar impuestos. Nosotras las mujeres, arrimamos el hombro como siempre  hemos hecho, codo a codo con nuestros hombres, pero no es suficiente porque el humanicidio solapado y cruel continúa.

Pulsamos opiniones entre nefastas proclamas que se pierden en espejos manchados de mentiras. Porque no es posible tener la energía de un joven cuando se ha dejado de serlo, ni la sabiduría  del anciano que ha conocido las etapas de la vida. Y perdemos todos. Perdemos el abrazo y el beso que no podemos dar, sintiendo que nuestro amor se nos desliza sin esas manifestaciones, como el agua que no podemos guardar en nuestras manos.

Aceptamos, algunos aceptamos, el sacrificio de no asistir a reuniones, incluso familiares. No así otros que olvidan que nos jugamos la vida en esta ruleta rusa de la pandemia donde todos somos probable víctimas. Y son absurdas las manifestaciones de autosuficiencia de aquellos que no cumplen la norma exigida. Se equivocan y por esa sinrazón los muertos continúan y se malogra la economía.

Los muertos, nuestros muertos, de los que apenas queremos hablar son silencios de abrazos y de besos. Y hasta falta el respeto a ellos, a los muertos de cada día, cuando se incumplen las normas impuestas; impuestas para salir de la pandemia y todo está ocurriendo porque nos falta corazón para amar a los demás.

El otoño nos muestra las calles alfombradas de la belleza de las hojas caídas en la prudente espera de su desaparición; admitimos ese ciclo rotativo de las estaciones sin aplicarlo a nuestra vida. No aprendemos a ser prudentes sin arriesgar la vida nuestra y la de los otros. Olvidamos que tener valor es asumir lo que nos llega y ahora nuestras actuales circunstancias no exige ese valor del que carecemos. Nuestra sociedad es una sociedad débil porque depende de los recursos que le imponen e ignoramos las amenazas que se ciernen en rededor. Nuestra vieja Europa se muestra débil ante esta peste pandémica y terrible, nos hemos confiado al Estado y como ciudadanos somos semejantes a niños rebeldes y mimados. Estamos encima de un avispero y no queremos verlo porque el mal, queremos que nos lo quiten otros.

De las muchas correrías  vividas hemos vuelto a sumar lágrimas y llantos; no aprendemos de las heridas sin cicatrizar que dejó la primavera en marzo.

Natividad Cepeda                                                                          

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