Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

Cuéntase que se cuenta, cuéntase que ocurrió que estando tomando un café con un gran amigo, surgió una conversación informal sobre temas de trabajo, saliendo a colación una anécdota que le ocurrió a un compañero suyo y que me resultó curiosa y he tratado de narrarlo en primera persona, tal como trató de hacerlo mi amigo y que a continuación trato de reproducir.

“Hace ya bastantes años recibí a mi nuevo compañero de trabajo que me había enviado la empresa para divulgar las excelencias  de un nuevo producto del mercado para tratamientos de frutales. Un compañero recién destinado, soltero y joven, cargado de ganas de comerse el mundo y con grandes inquietudes; disfrutaba de su actividad y correspondía correctamente con su trabajo.

La comarca abarcaba cerca de cincuenta y seis pueblos, distribuidos  en forma de tela de araña por seis riberas distintas y en cada cauce de río distintos pueblos repartidos en su recorrido y con distancias que no pasarían de seis o siete kilómetros; en definitiva, una comarca con muchos pueblos pero a distancias cortas, que deberíamos recorrer en charlas continuas explicando las excelencias de nuestro producto estrella.

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Lo curioso es que como es lógico todos los pueblos tenían su festividad y onomásticas propias, por lo que era difícil no encontrarte con que algunos de los cincuenta y seis pueblos no estuvieran de fiestas.

Pues bien, nuestro intrépido compañero no se le ocurrió otra cosa que irse un fin de semana de fiestas a una de las localidades que estaban en plena festividad. Se fue con unos amigos y se dispuso a intentar “ligar” con alguna de las muchachas del pueblo. En algunas localidades era costumbre que los mozos autóctonos del pueblos fueran los que ”regularan” este tipo de actuaciones, especialmente con los forasteros - los que no  eran del pueblo -, porque los emigrantes que volvían sí eran considerados autóctonos. También era frecuente en esas localidades que se hicieran dos fiestas principales: la que organizaba el Ayuntamiento con la festividad del/de la patrón/a y otra fiesta que organizaba el pueblo. En las localidades más pequeñas la orquesta la contrataba la gente del pueblo que se organizaba en una peña y buscaba un local de baile, además de las actividades de entretenimiento y deportes varios; en las más grandes había varias peñas y cada una organizaba su propia fiesta, con sus propios locales y sus propias atracciones.

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Nuestro osado compañero debió  insistir mucho en el plan de acercamiento a las muchachas del pueblo y por ser tan desconocido, que los mozos del pueblo decidieron actuar, así que le cogieran a él y sus compañeros de los brazos y de las piernas y, como era costumbre, les llevaron al “pilón”.

El pilón no era otra cosa que una pileta labrada de piedra, donde en otros tiempos se llenaba para dar de beber a las mulas, pero que en esta ocasión los mozos del pueblo la colocaban estratégicamente a la entrada de la zona de baile y la llenaban de agua. La capacidad del pilón era justamente la longitud de un cuerpo humano. Se utilizaba no sólo para remojar a los  ”intrusos”, sino también para aliviar los mareos y dolores de cabeza de algunos bebedores en demasía.

La organización era perfecta, se nombraba una cuadrilla de férreos mozos en el pueblo que se alternaban diariamente y actuaban de controladores de las posibles incidencias. En resumen, aliviaban las fiestas de patosos, borrachos e intrusos molestos. Una vez remojado nuestro compañero y amigos,  les llevaron a una casa, les vistieron con ropa nueva y le dijeron que a partir de ahora se les consideraba uno más del pueblo y podrían bailar, y si querían,  “ligar” con cualquier moza.

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Al compañero y sus amigos no les debió sentar muy bien el remojo, porque los metieron con documentación y todo, bien que fue un leve remojón, pero suficiente para que quedara todo mojado. Total que, malhumorados, decidieron regresar a casa.

Mira por dónde la agenda que nos tenía preparada la empresa había marcado una serie de pueblos y unos días concretos con cada Ayuntamiento que ya se encontraban apalabrados y confirmados.

 Al día siguiente comprobamos las localidades que teníamos que acudir y, ¡qué casualidad! a mi nuevo compañero le correspondía al día siguiente presentarse en la misma localidad del “pilón”. La cara que se le puso cambió del amarillo más lívido al verde más manzanero que pueda uno imaginarse y allí se presentó y, como se temía, se encontró con alguno de los “amigos” del pueblo.

En el descanso, la conversación con los jóvenes - que le habían reconocido - transcurrió con toda simpatía y buena hermandad sobre los acontecimientos del fin de semana y todo quedó en “agua de borrajas” y tan amigos.

Al año siguiente nuestro compañero - que por cierto ya no se encontraba de trabajo en esa provincia - recibió una invitación oficial y gratuita a las fiestas del pueblo, a las que acudió, recibiendo un trato casi de homenaje, como un vecino más “.

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