Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

Cuéntase que se cuenta, cuéntase que ocurrió que en una cierta ocasión un matrimonio con su hijo - un niño pequeño de un año - estaba durmiendo apaciblemente en su habitación.

Era verano y por la noche el calor se hacía notar, así que la ventana la tenían abierta, así como un pequeño balcón que comunicaba con el patio. Serían las dos de la mañana cuando el marido notó un cierto ruido por detrás de la cabecera de la cama. Se dio la vuelta e intentó conciliar el sueño pensando en no dar ninguna importancia al ruido que percibió. A los pocos momentos, de nuevo el sonido de algo que se movía y producía rozamiento. Bajándose de la cama, decidió dar la luz  pensando en observar que era lo que producía semejante ruido. Su sorpresa fue mayúscula. Detrás de la cabecera de la cama, entre el tablero y la pared, comprobó que se encontraba una rata enorme y que, al verle, le miró de una forma un tanto extraña.

Con cuidado y procurando no hacer muchos movimientos, despertó a su mujer, que pegó un grito enorme al decírselo y otro mucho más grande cuando la rata asomó parte de su cuerpo por el dosel de la cama y la mujer lo vio. La rata cambió de lugar y en esta ocasión, a vista de nuestros ojos, se colocó detrás de la mesilla de noche. La mujer, a indicaciones del marido, cogió al niño en brazos y salió de la habitación, cerrando la puerta. Y ahí se quedó el marido, solo ante semejante animal, sin saber qué hacer. Armado de valor, prometió no parar de pelear hasta que la rata se marchara de la habitación al precio que fuera, porque además no tenía otra solución más apropiada.

La rata no se movía del sitio y no parecía importarle mucho la presencia humana allí. El hombre abrió de par en par las ventanas y el balcón y estudió la situación. Lógicamente la rata, si no era tonta, al sentirse acosada solamente tenía dos posibilidades: o atacar en pie de guerra o intentar salir por dónde entró. Se dio cuenta que la única posibilidad de saber el sitio por donde entró era por el balcón, por lo que tenía que intentar que el animal viera esa posibilidad, pero por  la posición que tenía actualmente era difícil que lo consiguiera.

Se colocó en el lado contrario al balcón y se armó con un rascaespaldas que tenía en el comodín, algo endeble pero al menos un poco largo. Lo introdujo por la ranura de la mesilla y el animal salió en dirección contraria. Volvió a intentarlo, ahora de arriba abajo, y esta vez el animal salió disparado, pero no hacia el balcón como esperaba o la ventana, sino que pegó un gran salto y se colocó ni más ni menos que encima del riel de la cortina, con una facilidad que para sí quisieran muchos.

Ahora la situación era de clara desventaja. Desde allí arriba, le miraba con unos ojos saltones y movía continuamente la cabeza, pero en un tiempo no se movió. El hombre no sabía qué hacer, porque sinceramente estaba preocupado, por no decir asustado, porque pensaba que tanto acoso podía producir en el animal un efecto defensivo y era factible que pudiera atacar.

Cogió un cojín de la cama y se lo tiró. El cojín llegó a su destino y, al impacto, la rata dio un chillido y se acurrucó en un rincón de la habitación, justamente enfrente del balcón. Ahora el valiente personaje se daba cuenta que también el animal disponía del mismo miedo y que los dos  se encontraban en la misma situación. Así que ya eran dos.

Intentó preparar un nuevo ataque. Esta vez, antes de iniciarlo,  corrió la mesilla hacia un lateral, para que el animal se desplazara hacia el balcón y otra vez con el rascaespaldas le azuzó. Falló de nuevo; se desplazó a la otra esquina.

Pues esto no tenía que quedar así. Mientras, desde el otro lado de la puerta, la mujer,  con voz nerviosa y de forma intermitente, no hacía nada más que preguntarle que qué hacía.

Pues tenía que conseguirlo fuera como fuese. Era necesario plantear otra estrategia, así que se le ocurrió pensar que, como la rata tenía tanto miedo como él, lo mejor era darle una oportunidad de huida y  que seguramente estaba deseando y además creyó que la luz la despistaba porque estaba acostumbrada  a su vida nocturna.

Lo tenía bien planeado y esperaba que en este caso el resultado sería definitivo. El animal no se movió hasta ese momento, lo que el hombre aprovechó para acercarse a la mesilla. Cogió una linterna y la dejó encendida en el suelo de la terraza del balcón. Puso la mesilla en una de las esquinas del balcón, contraria a la dirección de donde se encontraba la rata, colocando las dos almohadas en la parte del interior de la habitación. Apagó la luz y achuchó a la rata en el rincón.

El resultado fue espectacular, la rata salió disparada y despareció por el balcón. La guerra terminó con la victoria del valiente hombre que, aun con el peligro de haberse llevado un fatal mordisco, tuvo el arrojo de enfrentarse a un animal que disponía de mayor facilidad de desplazamiento y de mayor agresividad.

Inmediatamente cerró balcón y ventanas y recomponiendo todo el mobiliario de la habitación, se pasaron a la habitación contigua a dormir en una cama de 0,90 metros, porque no tenían más.

Ni que decir tiene a la mañana siguiente la lejía y la desinfección fue suprema y la noche siguiente ya pudieron dormir en la habitación. Esos sí con todas las ventanas bien cerradas y especialmente la del balcón, aunque sinceramente terminaron de coger el sueño más tarde de lo habitual.

Los calores que pasaron el matrimonio ese verano aún son recordados, porque el pequeño ventilador de pie estuvo funcionando durante dos meses y medio una media de nueve horas y que no importa decir la marca porque se lo merece: era un Vintage de tres aspas.

Con posterioridad, e investigando la aventura de la rata, nuestro valiente hombre descubrió que como el balcón daba al patio, éste disponía de una arqueta central de desagüe y que posiblemente era por el lugar donde la rata había conseguido salir para, a continuación, subir por la cañería de vertido de aguas del tejado que pasaba justo por el lateral del balcón. Así que arqueta cerrada y asunto arreglado, pero el verano con todo cerrado. ¡Qué verano!

No que decir tiene que la casa no disponía de aire acondicionado y que estos hechos ocurrieron en un pequeño pueblo hace muchos años,

Las batallas cuerpo a cuerpo son las mejores

Una rata en la cama

 

 

 

 

 

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