Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
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Ha llovido esta tarde y la lluvia ha lavado la suciedad de las calles de mi pueblo. Al tronar he sentido que el cielo volvía a ser el de hace años cuando la tierra del verano se mojaba y el aire olía a verdor y paja mojada en las eras. Nada queda ahora de aquél ayer lo recuerdo y me duele demasiado porque he perdido lo que fue el ayer y con seguridad jamás recuperare.

En ese pasado recuerdo que cuando las tormentas caían en mi tierra el agua del cielo limpiaba las piedras de bombos y pedrizas recobrando un brillo inexistente y una luz de pureza antigua y extinguida al estar expuesta al sol y a la intemperie. Por aquí, en mi familia y en otras muchas familias de Tomelloso en las fanegas de tierra cultivada, al  laborar salían piedras que eran agrupadas en montones de perfectos círculos a los que localmente los llamamos “majanos”. Otras piedras formaban hileras de pequeñas murallas a ambos lados de los caminos vecinales recibiendo el nombre peculiar de “pedrizas”. Y la construcción perfecta  era y es, la casa de piedra redonda terminada en falsa cúpula  de piedra caliza  tan ancestral como la vida humana que aquí llamamos, “Bombos”.

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Los bombos que se pueden hoy contemplar en otros  términos   municipales fueron tierras adquiridas por nosotros, los tomelloseros, labradas y aprovechadas al máximo; casas de piedra para personas y animales. Casas redondas buscando la protección arcana del sol y de la luna. Casas de piedras sagradas buscando la protección de la olvidada Madre-Diosa de la naturaleza. Casas térmicas sin argamasa ni carrizo, sin tierra ni adobe, si tapial ni ventana por donde se pudiera escapar la energía arcaica del legado emanado de las entrañas de la tierra.

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Bombos, chamizos, cucos…piedra utilizada desde el amanecer de la civilización antes que los asentamientos humanos en aldeas y antes que la construcción de muros para castillos e iglesias. Piedras nuestras olvidadas, despreciadas por la cultura actual. Piedras formando círculos, misterio y magia hoy ignorada.

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Ha llovido esta tarde de julio y he sentido el olor de la lluvia en la piedra mojada. La tormenta de luz y trueno ha impregnado con su energía la energía del círculo. Llovía y yo recordaba como con piedras se hacía un círculo donde encender un fuego para cocinar en la sartén de hierro de patas en mitad del campo. Sencillamente  necesario y a la vez protector para evitar que el viento dispensara las llamas de la lumbre. Al terminar el fuego se apagaba con tierra y y agua y se dejaba el circulo para volver a guisar de nuevo.

Círculos que las mujeres hacían en las casas para plantar dentro de ellos la manzanilla y la hierbaluisa. Círculos de los pozos de nieve de las caleras, de los aljibes, del pozo escavado para encontrar agua. Círculos de las motillas manchegas perdidas…  Círculos que he visto dibujar con un sarmiento seco en la tierra mientras escuchaba contar historias humanas no escritas en los libros.

Ayer, cuando yo era niña, había casas con espacios grandes destinados para casi todo. Viviendas encaladas sus paredes de piedra tierra y cal. Con divisiones de piedra, traída en muchas ocasiones del campo en un proceso incesante  de aprendizaje  para hacer parcillas de piedra y dividirlas para gallineros, basureros, sostenimiento de palos para las gavilleras, la cuadra del cerdo y, en las más humildes se dividían esas estancias con una pared de piedra baja y una tela metálica  para evitar que el averío molestara. En ese espacio se hacían arriates junto a una pared y se plantaban plantas y alguna higuera, un olivo y la parra con las uvas de gallo: uva de mesa aclimatada muy apreciada por ser diferente a las uvas de las cepas vinateras.    

Ha llovido y el estruendo del trueno me ha devuelto aquellos saberes que casi he olvidado. Un círculo profundo en la tierra, en mitad de la tormenta y una cruz de sarmientos pelados y atados, clavada en el centro para que nos protegiera de los rayos, haciendo el signo de la cruz las mujeres y los hombres mirando sin atreverse hacerlo, pero creyendo en ese ritual porque eran los que pelaban con sus navajas los sarmientos. Piedras que colonizaron con el firme propósito de echar raíces  entre las plantas autóctonas que ellos conocían. Piedras que al contemplarlas propagan un legado postergado que hoy he querido difundir porque son parte nuestra.

Natividad Cepeda   

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