Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

Cuéntase que se cuenta, cuéntase que ocurrió que un soldadito tuvo que hacer el servicio militar por su quinta. El buen muchacho, y nunca mejor dicho, porque era una excelente persona, era gallego de nacimiento y un pedacito de pan de profesión, ni más ni menos. Estuvo en el campamento de prácticas y en mi cuartel. Yo le conocí en esa época y si de he der ser sincero hay personas que se libraban de la mili, por estatura, sorteo o por otras causas y yo, conociendo el caso de este soldado que voy a llamar José, también deberían haber estudiado la posibilidad de no incluir a los personas inocentes y buenas, porque todos los que hemos hecho “la mili”, sabemos que es un trance y donde hay que aguantar muchas cosas y sobre todo  estar espabilado, ya que de otra manera te come el mundo.

Como no quiero escribir un libro, que tema hay de sobra, relataré parte por parte los sucesos de mayor importancia.

Cooperativa virgen de las Viñas de Tomelloso

Pues la historia de nuestro José empezó nada más llegar al campamento. Debió pensar que esto de “la mili” era pasar el tiempo y volver a su casa sin más, pero no fue así.

Mejor conectados - Telefónica

En primer lugar decir que era casado y tenía una hija y solamente pensaba en ello. Durante el año de servicio solamente pensaba en lo mismo, ya que estaba en otro mundo, siempre despistado, ajeno a lo que ocurría a su alrededor y simplemente pensando volver a su Galicia querida. Era medio analfabeto y de una candidez extrema.

Para iniciar el relato, el primer día que le conocí ya tuvo sus primeros problemas. Se dormía en barracones con literas y todo estaba visible y a mano. Pues bien, a los pocos días el buen José se dirigió con toda su ignorancia al cabo primero y le dijo que le habían quitado el salchichón y el jamón que traía. El cabo primero, con una sonrisa ecuménica, le dijo:

- Pero, hombre, recluta José, está usted en el Servicio Militar y le damos comida de sobra para que usted esté alimentado. Si le quitan la comida es un problema suyo, así que tenga más cuidado y no venga a contarnos esas historias, aquí se viene a aprender la instrucción  y a ser soldado. Porque se supone que ya son ustedes unos hombres hechos y derechos.

José, se acostumbró prácticamente a no dormir, vigilando sus maravillosos y deliciosos manjares de su tierra y, según me comentó, escribió a la familia diciendo que no le enviaran nada, porque en cuanto el resto de tropa conocía que José tenía paquete, al día siguiente se procedía al asalto de  la litera.

Asistía a las clases de enseñanza para analfabetos y como casi siempre se llevaba algún capón del sargento de turno y broncas todos los días.

No digo nada cuando tenía que aprenderse las partes del máuser o del cetme, no solía acertar nunca y menos cuando se le indicaban las obligaciones y deberes de los soldados y otras cosas. Como siempre a limpiar letrinas.

En otra ocasión fue a hacer sus necesidades fisiológicas en las llamadas letrinas, que no eran nada más que un agujero a ras de tierra donde se defecaba. Más de una vez, un gracioso le empujó sentándose en sus propias heces.

Las duchas se encontraban en el monte a unos doscientos metros del campamento y se subía con el mal llamado pantalón de baño, que era un trapo negro con la cintura blanca que una vez que se mojaba perdía la rigidez y se tenía que sujetar. Pues bien, José  bajaba siempre desnudo. Castigado de nuevo como siempre.

En la instrucción un desastre: ¡Derecha, ar! José daba la vuelta al revés. Llegaba el cabo primero, que era de armas tomar, y cogotazo en la nuca - además fuerte - Se llevó más de veinte, porque el hombre además cuando daba el giro o la vuelta se le caía el fusil.

En las maniobras de tiro, ni que decir tiene. Tenía un horror exagerado a las armas de fuego y siempre se le encasquillaba el Cetme y se volvía al sargento para decirle que no funcionaba y giraba el fusil apuntando al sargento. Arrestado dos días: limpieza de letrinas y de campamento. Hay que decir que no le importaba  porque al menos no utilizaba el odiado fusil.

Ya puestos a narrar las calamidades de este recluta gallego, relataremos el hecho del día de la vacunación. En realidad era un verdadero espectáculo. Toda una enorme fila de reclutas para vacunarse. Todo empezó a las  ocho de la mañana, con un frio de mil demonios, sin haber desayunado y sin ropa desde la cintura hacia arriba. Los reclutas iban pasando y por fases se realizaba el proceso. Una primera parada donde le impregnaban la espalda el desinfectante rojo que era una pasta semilíquida a base de yodo (lo que malllamaríamos ahora Vetadine); a continuación pasaba al segundo puesto donde le clavaban—nunca mejor dicho— así a pelo, una aguja en las cercanías de la escápula u omóplato; una tercera fase donde le inyectaban la vacuna, siguiendo con la aguja clavada; a continuación, más adelante, le quitaban la aguja y al final otro unte del desinfectante. Todo una pasada, como diría un moderno.

Debió hacerle reacción la vacuna o debió de coger infección, pero el escándalo que montó José la  misma noche del día de la vacunación fue sonada. Porque  a nuestro protagonista no sabemos cómo le pincharon, ni dónde, ni el qué, pero lo cierto es que esa  noche empezó a soñar, a acordarse de su buena mujer María, a llorar, a moverse como un loco en el camastro o litera y hablar - casi gritar - en voz alta. Los demás soldados le gritaban para que se callara: le tiraron zapatos, piedras y todo tipo de proyectiles, hasta que todo el barracón parecía una fiesta. Serían las cuatro o cinco de la mañana cuando, advertidos por los soldados de prevención o de la guardia, se presentaron el cabo primero y el sargento. Viendo lo que pasaba, ordenaron silencio y agarraron al pobre José y lo lanzaron prácticamente al suelo desde su litera y se lo llevaron del barracón.

El bueno de José había cogido un infección en la zona de la vacuna y tenía esa noche una fiebre de caballo, tan así que estuvo tres días con sus tres noches en la enfermería, lo que para la mayoría de los reclutas del barracón les supuso un alivio total. Al cuarto día lo trajeron ya con mejor cara, pero su escasa despensa había quedado vacía de víveres gallegos.

Una tarde de descanso encontramos a José apesadumbrado e incluso empezando a llorar. Contó que echaba de menos a su mujer  y a su hija y que no podía seguir así. Y como en la mili no todo es trágico, decidieron llevarle a la capital un fin de semana de permiso. Le compraron un pantalón, una camisa, unos calcetines y unos zapatos y lo llevaron de juerga a Madrid. Pero ni por esas, cuanto más intentaron que se divirtiera, él cada vez se acordaba más de su familia.

Cuando acabó la instrucción tuve la oportunidad de encontrarle de nuevo en el cuartel.

Ni que decir tiene que sus primeros pasos en el nuevo destino cada vez se parecieron más a las del campamento y durante un tiempo pasó por las mismas o parecidas calamidades que las sufridas durante los tres meses de recluta.

 Se hacía más guardias que un sereno. Casi siempre arrestado, porque en todo momento estaba tan ensimismado en otras cosas que no saludaba nunca a sus superiores, lo que le conducía a nuevos arrestos y a limpiar servicios, alguna vez en prevención, a cocinas continuas; pero José, a pesar de ello, y, aunque no nos lo podamos creer, al final lo pasó bien.

Y lo que hasta ahora, de cara a los que le conocimos, nos había siempre parecido que José, el gallego terminaría la mili poco menos que agotado o tocado mentalmente, tuvo la inmensa suerte de que el capitán  necesitaba alguien que le cuidara el caballo, ya que el anterior soldado se había licenciado. Conociendo la trayectoria de José - y para que comprobemos que en la mili no todo el mundo, ni todas las personas se comportan con derivadas intenciones - , entre varios compañeros y amigos - que los tenía -, hicieron correr la voz que José en Galicia tenía caballos. Nunca supimos si era verdad o mentira, lo que era cierto es que José siempre comentaba tener mucho cariño por un caballo en su aldea al que llamaba Mariño. Al capitán le vino de perlas y le aceptó de inmediato. Como consecuencia de esta nueva actividad, José se libró de guardias, de refuerzos y se puso a limpiar y mantener limpio y aseado el caballo del capitán, lo cual le permitió cierta independencia del resto de compañeros e incluso de militares de rango, al depender directamente del capitán.

No se narran más peripecias del bueno de José, pero las tuvo y sin embargo dentro de todo no lo pasó nada mal y consiguió su recompensa porque se lo merecía.

El día que se licenció varios de sus compañeros le regalaron un jamón, que buenos dineros les costó, porque en definitiva José era muy querido por muchos compañeros por su candidez y ser tan buena persona.

Lo más importante de esta narración es que a José en ningún momento se le escuchó ninguna queja ni lamento, solamente las de su deseo de ver a su mujer y a su hija.

De José no he vuelto a saber nada., pero seguro que será feliz, se lo merece.

 

Esta historia está basada en hechos reales

 

Soldadito español, soldadito valiente

Soldadito español, soldadito valiente

.