Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

Al empezar a escribir  escucho desde mi pequeño escritorio el viento dando en los cristales y en las ramas sin hojas de dos árboles que tengo en mi acera. Aunque ha hecho calor primaveral todavía no tienen hojas  sus ramas y al mirarlos pienso que son como nosotros, frágiles y expuestos a las inclemencias no deseadas que nos trae la vida. Los miro y siento cariño por ellos porque en sus ramas se posan los primeros vencejos llegados de África o de otro lugar lejano. Son los primeros que llegan a mi pueblo y desde mi infancia espero su llegada porque ellos son los que anuncian la primavera. Después van llegando las golondrinas con sus chillidos y formaciones  al amanecer, jubilosas,  volando en el espacio de la calle, junto con los vencejos.

Para mí es un regalo maravilloso escucharlos y verlos ir de un lado a otro del espacio hasta perderse en las alturas. Siento que vuelo con ellos, para lograrlo cierro mis ojos cuando mi vista no alcanza mirarlos, y me elevo sin materia  en sus alas y en sus chillidos, igual que cuando era niña y en el patio grande de mi casa llegaban puntuales al final de marzo.

Regreso al pasado, que nunca ha dejado de ser presente, y viene la voz de mi abuelo diciendo que todos somos  hijos de Dios, igual que los pájaros.

Necesito ver amanecer, aunque no siempre lo consigo, porque si me quedo escribiendo, o leyendo se me olvida el horario y claro, cuando me despierto el sol ya ilumina los tejados. Pero hay días que duermo cuatro horas porque siento la llamada de la aurora y  me pongo mi bata más vieja, que es con la que me siento mejor, abro el balcón buscando  el lucero del alba porque en él, habita mi madre. 

A mamá, jamás la llamé madre, siempre mamá, hasta que se me durmió y me espera, allá, donde nacen las estrellas. A mi madre también le gustaba madrugar y dormía poco, es algo genético, por lo que había ocasiones que veía amanecer junto a ella y me señalaba  el lucero del alba, diciéndome que era la estrella más bella del cielo. Después yo aprendí que se llamaba Venus y que es un planeta del sistema solar que gira al revés que la tierra, de oeste a este.

Más tarde descubrí que Venus es el nombre que los romanos le dieron a Afrodita, la diosa griega del amor y la belleza; la sin par, surgida de la espuma del mar.

Es una bellísima narración que dejaremos para otro momento.

Porque cuando yo veo en el cielo clarear, el único lucero en el cielo es Venus, y recuerdo a mi madre junto a mí, viendo como el horizonte se tiñe de escarlata y terciopelo azul. Entonces regreso a ver la chimenea alta de la fábrica de alcohol  de la calle  Domecq de Tomelloso, camino de la casa de mis abuelos maternos, que yo miraba. Al hacerlo parecía que la chimenea se me caía encima, mientras andaba me invadía un mareo enorme hasta tener que bajar los ojos al suelo. Mamá se reía y yo miraba a mis hermanas feliz de estar las cuatro juntas en la calle sin nadie camino de la casa de los abuelos.

Efectivamente  yo soy de Tomelloso, un pueblo de la llanura manchega y  BeamSuntory lleva instalada en la ciudad desde 1890 y es el principal proveedor de aguardientes de las bodegas de Jerez que elaboran las marcas de brandy tradicionales como Terry Centenario y Fundador Pedro Domecq. Toda una historia. Esta primavera no es buena para nadie. Pero yo creo que la superaremos igual que las viñas cuando otras primaveras se les han helado sus pulgares y la cosecha se nos ha perdido, y luego han brotado algunos tallos y a los años siguientes la cosecha ha sido mejor.

Mi abuelo me decía que las personas  somos como las cepas de la vid, sufrimos, lloramos igual que los sarmientos en invierno, y después resucitamos. Ese fue su legado caer y levantarse sin perder la esperanza ni el ánimo; tampoco el amor a su familia y la fe en Dios.

Volar con las alas del espíritu  es conocer que todo es posible incluso cuando la muerte no es una película de terror, y si una cruel y fatídica realidad. Desde que el bicho del corona virus se ha convertido en una penosa costumbre vamos comprobando que ignoramos las causas de los aconteceres. Se nos ha resquebrajado ser tan afortunados a pesar se tanto odio escupido por grupos y asociaciones que injurian y separan la convivencia entre nosotros.

De pronto la vida es nuestra única patria y Dios nuestro asidero. Y sin demora  buscamos el amor ante la enfermedad y la muerte de los ancianos y de esos jóvenes vulnerables que han caído ante nuestra impotencia. Huye nuestro confort  y acudimos al coraje  de sobrevivir y es ahora cuando valoramos lo importante de lo cotidiano y pequeño de cada día. Nunca antes habíamos soportado tanto daño entre nosotros. Nunca el corazón se había sentido herido y sin seguridad a pesar de todo lo logrado.

Vuelvo al amanecer y a los recuerdos mirando el vuelo de las aves peregrinas de vida que regresan a buscar en los nidos de antaño, la llegada de las que han de nacer para perpetuar la especie y ante ellas me pregunto ¿por qué  nosotros hemos destruido los nidos familiares en nuestra sociedad? Se mueren los ancianos no solo por el virus19, también porque los hemos venido aparcando lejos de nosotros y ahora  nos lavamos las manos  buscando a quien culpar.

Se multiplican las muerte en Tomelloso y en España, avanza por Europa y este mudable tiempo escaso de fortuna es propicio para mirarnos hacia adentro y pensar, que todos somos frágiles y nos necesitamos para seguir viviendo, porque solos no podemos abarcar tanta tristeza en este tiempo de congoja.

Natividad Cepeda

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