Cuadernos Manchegos
“Carrascas, chaparros" y algo de Fauna de La Mancha... (y II)

Cavilaciones en Ruidera

“Carrascas, chaparros" y algo de Fauna de La Mancha... (y II)

Al ir disminuyendo el número de individuos (Oryctolagus cuniculos) necesarios para cooperar en la excavación de sus “túneles”-refugio, la población de conejos, que antaño poblaba los montes “cerrados”, hoy, donde más prolifera este mamífero lagomorfo, es cerca de las zonas con actividad humana: prefiere las artimañas y brutalidades del ser humano a la tortura que le infligen  otros animales… Desde muy antiguo el conejo (incluida la liebre), era símbolo del miedo, de la cobardía y de la vigilancia, por dormir con los ojos abiertos y también referente  de la sexualidad, por procrear a “mansalva”… En algunos medios rurales manchegos, cuando el número de vástagos de un matrimonio, rebasaba la media docena; socarronamente, eran tildados por los varones del vecindario: de “conejera”  la casa y los cónyuges, de “conejos de cría”…   La población de perdiz roja (Alectoris rufa), también está siendo afectada, de manera negativa en los montes de encinares y coscojales, a consecuencia de estas alternancias o presiones faunísticas y por haber sido cazada en exceso, de manera “ansiosa”, ostentosa y un tanto irracional; por aquello de ser, la perdiz,  el sumun de la felicidad: “…; y fueron felices y comieron perdices…”. El año 1984, el volumen de capturas  de perdiz roja en La Mancha, ascendió a más dos millones de piezas.

En la llanada, saltan largas y temerosas: la torcaz, la ganga, la tórtola, el sisón, la avutarda… En un tupido soto, entre los peñascos de una atalaya del roquedal, un perdigón vigía alerta con  sus cañamoneos, cuchicheos, pitos o piñoneos, al resto de una reducida bandada… Nos observa farruco, con visajes de enfado por haber invadido su territorio… De pronto, el averío arranca cabriolando sin remontar el vuelo, ocultándose entre el matorral… La perdiz roja… “Animal hermoso, —que resaltara Miguel Delibes—incluso privado de la vida, cuando la gracia de sus movimientos ha desaparecido de su cuerpo”.

Leyendas medievales relacionadas con esta gallinácea, dicen de un fraile que, por indicación de su superior, se dispuso a comer perdiz, pero  muy receloso entre el voto de obediencia y sus finalidades de ayuno, el monje decidió dar un manotazo en el acto y la perdiz, bien cocinada que estaba, salió volando… En tan fabuloso milagro, reparó Juan de Altamiras: “Milagro fue grande, pero aún juzgo mayor portento el hecho de que en una comunidad a un religioso, sin ser prelado, se le sirviera una perdiz”.

Ovidio, en “Las Metamorfosis”, recopiló de la mitología griega que Dédalo, constructor del laberinto de Creta y padre de Ícaro, tenía un sobrino que le llamaban Acelo o Perdix. Comoquiera que el crío era más ingenioso que su tío; inventando el compás, la sierra y el torno de alfarero, éste lo despeñó desde un torreón, pero la diosa Minerva lo convirtió en perdiz antes de estrellarse contra el suelo… Desde entonces, la sagaz gallinácea; la primera—se decía—que se columbró en el Ática, timorata y desconfiada no alza mucho el vuelo ni anida en los árboles.

Desde la más remota antigüedad, los encinares y principalmente las grandes encinas, se creía que estaban salvaguardadas por las divinidades; a quien también estaban consagradas… Para los Druidas, sacerdotes o chamanes celtas, (“peritos” en ciencias naturales y astrología) la encina era uno de los árboles más venerados y sagrados… Los años de mala cosecha de bellotas, solían hacer congregaciones religiosas, aquelarres y ofrendas, entre los encinares. En Grecia, la encina estaba dedicada a Zeus; los romanos la ofrecían a Júpiter y los pueblos indogermánicos; por su fruto, figura majestuosa y por la propiedad de atraer rayos la dedicaron a Donar, dios de las tempestades…

Héctor Campos Castillo, es un joven escritor arajovenense, de justo y responsable proceder; que aborrece estúpidas teatralidades; buscador incansable de la razón y de la justicia (de la razón y de la justicia que deberían ser) y espejo nada oscilante (ni pancista) a la hora de tener que dar la cara en defensa de nuestro medioambiente… Fue editor-director de un periódico en Aranjuez, “Uno-Seis”, publicado con gran dedicación y sacrificio y titular, hoy, del blog: “laslagunasderuidera.net”. Al leer el capítulo anterior, nos ha participado su experiencia  junto a una carrasca centenaria, en un monte de la ribera del Alto Guadiana, (donde la familia tenía una casa veraniega)  que su abuelo cuidó con gran esmero, durante décadas, cuando la encina había enfermado hasta tal extremo, que  se encontraba a punto de secarse… (…): “… La última noche me cobijé bajo ella hasta las tres de la madrugada y el aire empezó a soplar con tanta fuerza que me dio miedo. No sé si me estaba echando… (…). “He hecho lo que he podido”, dije en voz alta sin pensar. La carrasca enfureció. “He hecho lo que he SABIDO”. Y la carrasca se calmó. Me quedé dormido cuando ya amanecía”.

Las “manchas” de “Carrascas” y “Chaparros” de La Mancha, son los últimos “cuarteles” de las “fuerzas” de bosques, míticas y legendarias divinidades, de nuestras llanadas y tierras montanas, desde hace miles y miles de años…

Es tarde ya… Allá entre el encinar reina el silencio… El silencio impera… Solo oímos unas ceceosas hojarascas arrancadas y volteadas por un pequeño molinete… Hoy, la engañadora apofenia nos hace imaginar formas de creaciones extrañas, en  mundos luminosos…, y evocamos la figura de nuestros ancestros, bregando sin reposo en el imparable y tortuoso destino de sus vidas… Por los intersticios del ramaje, focos de luz iluminan, marcan senderos de antaño y doblando la cabeza hacia la tierra buscamos trochas de entonces, cuando de chaval, malnutrido, sendeaba  con mis padres, a veces monteando,  para que no nos olvidara la vida;  girando nuestra existencia, en busca de un destino, que siempre fue peregrino, de “oscuridad” impuesta… En otros horizontes de un valle, hay cosas espantosas en el paisaje hechas por el humano, que ya son estructurales… Complejas visiones, nos hacen remembrar aquel verso de Miguel Hernández: “Me duele este niño hambriento, como una grandiosa espina y su vivir ceniciento revuelve mi alma de encina…”.  

Perdiz