Cuadernos Manchegos
Escribamos de amor y  vinos en noviembre

Escribamos de amor y vinos en noviembre

Estamos en noviembre y sobre todos los lugares se escancia  el llanto topacio de los vinos que acarician las gargantas para olvidar tantos fracasos, mientras en el exterior hay escarpadas despedidas de los que se marcharon. Nosotros, los transeúntes que andamos de aquí para allá, ya sabes, somos viejos camaradas acunados en el nido, tantas veces vacío del corazón, semejante al color de las hojas que desguaza el otoño, pero no la esperanza de escuchar acordeones callejeros al vacilante  paso del viejo músico, que al igual que tú y yo, escribe gavillas de palabras en el ventanuco de las estrellas.

Si vienes hasta mí en la tarde, invitaré a los nidos vacíos que se columpian de los árboles, al perro flaco que duerme en los quicios de cualquier puerta, a la última hormiga y al grillo que se quedó en el mástil de una banderola de papel a brindar por tus vestidos y por tu voz profunda…, por tus distancias  tras los vidrios de éste tiempo húmedo que llega derribando  follajes, que no ha mucho  sirvieron de cúpula nupcial de mariposas frágiles y, de ocultas voces, bebiéndose  besos desteñidos de verde en decorados de uvas agridulces, con  suspiros prietos que se ahogan en la saliva espesa con su  lamento  cómplice de emociones.

Si quieres, delante del cristal de unas copas de vino, recordaré tu mentón altivo de aquél día mirando en el poniente las hileras de vid cual esmeraldas de luz, y el temblor de tus párpados, igual que el fruto que descuelga su carne de uva hacia la tierra tatuando la sombra con su imagen. Hasta el atardecer tenía sabor a pámpanas. Arraigaban soles crucificados, relámpagos de agujas  en medio de los surcos, fidelidad que a veces llora en  los inviernos con ribetes de frío en las besanas.

Si retener el tiempo fuera posible mojaría otra vez mis labios en el hervir del vino nuevo, ese que en la oscuridad de la bodega sabe todas estas cosas. Pero hay que escalar las piedras de los años, como el vino recorre su nacer en la tierra y su morir en mi boca. Como clama en septiembre el ruido de la prensa que separa la sangre de su piel y se inunda arrastrando consigo mis miedos, y tus ojos que desnudaron mi congoja apenas nuestras manos se quedaron unidas. Pero todo esto es algo que el tiempo sacude y solo deja su huella en las copas vacías, en la noche con olor a toneles, en el humo de las chimeneas, en ese látigo caliente que aviva los recuerdos cuando bebo en los odres de antaño.

Espero cada día con el mantel y las viandas a que surjas de nuevo, hombre de vino y verso. Te espero y aguardo con los vasos llenos hasta el borde del ensueño. Me llego en esa espera a las plazas viendo jugar  a enamorarse a los más jóvenes, igual que un primer vino que es loco y se derrama rebautizando como una estela los lagares. Pasear, esperar al volver de una esquina a encontrarnos, y andar, andar… Porque en ocasiones singulares  sobran las palabras.

 Viejo amigo,  amor de mis otoños, si mañana partiera sin verte, camarada de brindis, no sería del todo, los dos sabemos que volvería tímida y quebradiza en marzo con los primeros brotes. Vendría, para julio que abrasa, convertida  en sombra igual que parras y, de esplendor de rosas y uvas, en octubre. Seré, en las noches de diciembre, y enero, el viento que golpea las paredes filtrando fantasmas invisibles de luna nueva por todos los rincones de tu casa.

Por favor, no avientes los recuerdos en esas horas, amigo de fiestas destinadas al exilio de envejecer. Encierra entre tus manos un sosegado vino, nosotros, tú lo sabes, los tres reconstruimos sobre las piedras de todos los lugares  muchos encuentros y alguna vez sonó una música y se hizo brindis con nosotros.

Sembrador de amor y de la aventura de vivir espero alzar nuestras copas  por un encuentro más allá de cualquier dimensión… Sagrado, cuando se sella con el néctar de Dios.

 

Natividad Cepeda.