Cuadernos Manchegos
Generación sándwich

Generación sándwich

Antonio llegaba al borde del mostrador y, dando un golpe, gritaba alegremente: ¡¡Niño, rápido, ponme un "chanwic" y un coca cola!! Un momento que siempre me ha recordado a Juncal demandando otro cubata de coñac y echando monedas a la gramola para escuchar por enésima vez la canción de la "Zarzamora". Lo que nunca entendí es la utilización del artículo masculino para nombrar una lata o botella de la refrescante bebida. Supongo que era una muestra más de su gracejo popular.

Chascarrillos aparte, confieso mi falta de empatía con los anglicismos y tantas otras moderneces que me descolocan. Términos que, aunque repetidos hasta el exceso, por generación, no me gustan y evito utilizar.

Seguramente, y por edad, pertenezco a los llamados "Baby Boomers"; pero, además, y por las responsabilidades que me ocupan, sigo perteneciendo a la "generación sándwich", que es otra definición tan popular como acertada. Aunque, por esa aversión a los barbarismos, me gusta definirme como integrante de la "generación bocadillo". Un bocata que durante la infancia tuvo suficiente pan, pero poco chocolate, o mortadela; y, si la había, era barata y de aceituna. El chorizo y el salchichón eran espejismos que brillaban por su ausencia. Así pasa, que ahora que podemos permitírnoslo resulta perjudicial porque se nos dispara el colesterol y los triglicéridos. Así que, a buenas horas mangas verdes.

Y aunque la cosa no va de alimentos o meriendas, reconozco que está muy bien definida la idea o el concepto sobre el orden que propone. Porque esta generación debe estar atenta al cuidado de los ancianos padres, ayudar a los hijos, e incluso acoger a los nietos, que eso ahora está a la última.

Es una evidencia contrastada que la esperanza de vida ha aumentado considerablemente gracias a diversos factores como la alimentación, la medicina y otras razones que no viene a cuento explicar ahora. Pero también es cierto que la generación bocadillo asume su responsabilidad cada vez más tarde y cuando ya suele haber entrado también en la vejez. Será por eso que soporta con más dificultad la presión que supone atender varios frentes a la vez.

Igualmente, y como norma, debe demostrar que no desmerece a la generación anterior. Me explico, hay un discurso fácil y cargado de tópicos que suelen emplear los políticos para referirse a los más mayores. Así, en su afán por conseguir votos, generalizan los valores y las virtudes de la llamada "generación silenciosa". Es cierto que sus descendientes no hemos sufrido como ellos la hambruna de la pos-guerra, pero igualmente hemos soportado carencias y privaciones, hemos trabajado y, a la vez, hemos aguantado crisis de diferentes clases y categorías. Con su empeño, pero también con el nuestro, se han conseguido muchos logros y mejoras sociales como las pensiones, la sanidad o la educación. Sin embargo, ahora debemos cuidarlos y hacer un sobre-esfuerzo para que no se desmantelen estas prestaciones que tanto costó conseguir y que ellos, afortunadamente, disfrutan.

Generalizar es muy fácil, pero a poco que pensemos, cada generación tiene su aquel, sus virtudes y su déficit; que de todo hay en la viña del Señor. A cada época le corresponde su porcentaje de sacrificio y trabajo, pero también de desidia o de indiferencia de algunos de sus individuos.

Por supuesto que el cuidado y el respeto debe ser siempre una prioridad, pero pensar que todos los mayores son sabios, íntegros, venerables y meritorios por su condición de longevos es una falacia. Posiblemente, el que haya sido un vago, un fanfarrón o un gilipollas a los treinta o a los cincuenta, difícilmente dejará de serlo a los setenta u ochenta.

Pero a la clase política le resulta muy sencillo tratar a todos por igual ensalzando y adulando a los mayores, aunque todos sabemos que una cosa es predicar y otra, dar trigo. Además, y para concluir el debate, los mayores votan en consecuencia y no se dejan engañar a pesar de los discursos repletos de halagos y promesas.

En la otra parte del emparedado que nos ocupa, y resumiendo, debemos estar atentos a las necesidades de nuestros hijos; porque la precariedad laboral que sufren genera situaciones que les obliga a demandar nuestro apoyo. Demasiadas veces las modestas pensiones y los escasos ahorros se utilizan para el sostén económico de varios hogares hasta que vuelvan a remontar sus expectativas profesionales. Igualmente, tras los vaivenes en el plano afectivo o amoroso, nuestra casa siempre será un refugio donde acogerlos tras una separación o un divorcio. Y qué decir sobre la ayuda al cuidado de los nietos. Creo que ni siquiera hace falta explicarlo.

Evidentemente, la generación bocadillo está atrapada entre los valores del pasado y la modernidad de los tiempos que corren, afrontando en lo posible las necesidades del entorno familiar. Comodín para todo y sobre la que recae una gran responsabilidad, además de soportar el vertiginoso ritmo que la sociedad demanda. Una situación que a veces resulta difícil de gestionar y que suele causar estrés ante los inevitables debates éticos y morales.

Pero es lo que hay, es nuestro momento, una situación por la que casi todos transitamos durante algunos años y de la que difícilmente nos podemos evadir.

Pero también la generación que nos sucede deberá, tarde o temprano, encarar este compromiso que, en muchas ocasiones, genera un conflicto afectivo.

A ver si se lo ponemos más fácil y no les damos demasiada guerra jaja...

El Globosonda: Texto para la Caja Negra de octubre del 2024.

Rafael Toledo Díaz