Cuadernos Manchegos
Los libros y su apertura  a los espacios de mi vida

Los libros y su apertura a los espacios de mi vida

La voz amada de los poetas la descubrí en el colegio, la profesora nos hacía leer poemas de un libro gordo, grande y algo destartalado por donde aparecía José María Gabriel y Galán, Rosalía de Castro, Antonio Machado, León Felipe, Federico García Lorca, Teresa de Jesús, Ramón de Campoamor y sus doloras

«Que en este mundo traidor                

nada es verdad ni mentira.                      

Todo es según el color                 

del cristal con que se mira».… y apenas mujeres. Desde entonces yo me preguntaba por qué no estaban las mujeres.

Recuerdo aquellos años de un mundo masculino y solitarias horas de una niña embebida en libros y más libros. Recuerdo que de pronto descubrí  no solo a Federico García Lorca y a Miguel Hernández  y, a Pablo Neruda. Me quedé con Neruda como se queda la golondrina en la primavera manchega volando en el espacio azul de la llanura. Después conocí a Carmen Conde. La conocí cuando peinaba canas y me dio su tarjeta y me dijo que había perdido a su hija cuando era una niña; y al decirlo la tristeza le cubrió la mirada. Compre libros de ella y de  Gloria Fuertes. Y una tarde de mayo en la casa de cultura y biblioteca de mi pueblo llegó Sagrario Torres, altanera y bella con su orgullo de casta y sus bellos poemas… Nombres que están en nuestras bibliotecas. Mujeres que las pueblan y hoy son mucho más lectoras que los hombres. Mujeres que mantienen el equilibrio del ayer y del hoy pasando a las bibliotecas en grupos de lectura. Mujeres a las que se les negaron disfrutar de los libros ayer.       

Hay lugares que siempre perduran en la memoria, siguen anclados en el corazón igual que el color escarlata del ocaso. Son esos lugares que llevamos en la memoria de la infancia, todos los que nos dejaron su huella y nos hicieron crecer desde adentro hacia afuera. Son por donde nos vemos si hemos avanzado en dignidad y cultura, en respeto por lo que nos los dieron y por lo que gracias a ellos hoy somos lo que somos. Quién sabe lo que seriamos de no haber tenido un libro entre las manos, todos los que no podían comprarlo y que los abrieron gracias a esa biblioteca donde siempre estaba el director o directora para recomendar y ayudar  elegir la obra que fuera comprensible y amena. ¿Quién lo sabe?  

Durante mucho tiempo el edificio de la biblioteca fue para mí un lugar mágico lleno de silencio. En ese silencio yo escuchaba rugir al mar en las tormentas marinas con sus vórtices y remolinos creando trombas de agua gigantescas y olas que engullían los navíos. Viajé en buques por alta mar  y hasta llegué a encallar en playas lejanas que nadie conocía con Julio Verne. Sentada con mis piernas balanceándose en la larga mesa alta, iluminada por las lámparas de metal, trabé amistad con Pinocho y su autor  un italiano que se llamaba Carlo Collodi.  Sin embargo la biblioteca en mi  entorno era casi desconocida porque  no le interesaba a casi nadie. Sumergida en páginas y páginas de libros descubrí  guerras de tribus y naciones. Viajé a sabanas y tundras. Y fui conociendo a picaros y aventureros junto a santos y heroínas. Cerca de los libros estaban las noticias de los periódicos con sus editoriales y artículos firmados por escritores y periodistas y fui comprobando que entre todo el complejo de la biblioteca era escaso el nombre de mujeres en los diferentes ámbitos y temas.  Lo mismo ocurría con los asociados apenas si había mujeres pasando a ese recinto donde nadie impedía pasar. Y de pronto en el viejo corazón de la biblioteca llena de sentimientos y añoranzas arribaron otros libros y el espacio pareció empequeñecerse porque yo había crecido y conmigo surgieron otros lectores y el inmueble se tornó caduco. El primer edil adecuo otro edificio y los libros se empezaron a empaquetar por secciones y autores. El proyecto se hizo realidad y cuando el último libro se bajó del anaquel donde había vivido muchas décadas, al depositarlo en su caja salió y se cerró la puerta… Allí en el silencio de la estancia escuché sollozar al piso de madera y desde las baldas vacías fueron cayendo pedacitos minúsculos de polvo y de madera semejantes a lágrimas.  Desde las ventanas  el silencio despojado de los libros  pensó que allí no tenía sitio. Alzado en sí mismo intentó divisar los amados  libros y con ellos a los directores de la biblioteca. En su desconsuelo evocó sus voces tenues y los sueños de los que entre sus paredes habían escrito bellos poemas y hermosas narraciones. Arriba brillaba el sol y sin palabras, con grandiosidad  se despidió de las paredes y se fue a buscar los amados libros al nuevo edificio.

Un día pasé a la nueva biblioteca y de pronto el silencio me saludó. Me envolvió en su pátina y los dos nos sentimos realmente dichosos. Ajena a nosotros la primavera se paseaba por la nueva biblioteca a la que años después  se le puso el nombre del primer director; Biblioteca Pública de Francisco García Pavón y  de nuevo después de las pasadas décadas la directora es una segunda mujer Rocío Torres Márquez. En el recuerdo queda Ana Victoria Velasco y Doroteo Cabañas los que también dirigieron la biblioteca. El sol entra por los ventanales acariciando con su luz los viejos y nuevos libro. Es el mismo sol que he visto iluminar otras bibliotecas de mi tierra. Y también en sus estancias me ha saludado el silencio en Toledo recitando y recordando al Greco. En Ciudad Real  leyendo pasajes del libro escrito por Miguel de Cervantes de su Hidalgo  Don Quijote de la Mancha, tan suyo y tan nuestro. Siempre entregada a esa fuerza en plenitud donde los libros esperan he leído en bibliotecas de Albacete, de Munera, Cuenca, Valdepeñas, Ocaña, Miguelturra, Calzada de Calatrava, Piedrabuena, Puertollano, Manzanares, Campo de Criptana, Argamasilla de Alba, Pedromuñoz, El Toboso, Miguel Esteban, La Solana, Madrid…sola y con  compañeros escritores y escritoras, creaciones nacidas en soledad gracias al germen de otros libros. Los libros continúan siendo mis inseparables amigos.

 Las bibliotecas y todos los días dedicados a esos templos del conocimiento pienso que aún son escasos. La  lectura y el paisaje de ciudades y pueblos inmerso en la retina y el silencio sumergido de cualquier biblioteca es un logro importantísimo para la cultura. Lo fue para mí, en la de mi pueblo, Tomelloso,  y desde ella todos las otras, donde ahora las mujeres si van y entran. Rompimos ataduras decrepitas y detrás de nosotras todas las generaciones que hoy pasan a todas ellas. Los libros son nuestros tesoros, en ellos coincidimos y nos reencontramos con nuestras raíces auténticas. Reivindicar las bibliotecas no debe quedarse en un día conmemorativo porque son mucho más que esa efeméride que pasa inadvertida.

Natividad Cepeda