Cuadernos Manchegos
Se abandonan los campos por el mal negocio de la agricultura  y la ganadería en el marco rural de nuestros pueblos.

Se abandonan los campos por el mal negocio de la agricultura y la ganadería en el marco rural de nuestros pueblos.

Año tras año los precios agrícolas y ganaderos han ido cayendo en las  familias campesinas españolas.  Ha sido un deterioro incesante  que ha provocado que no haya seguimiento familiar en las explotaciones desde los cereales, con precios bajísimos, semejantes a los de hace veinte años atrás, las cosechas de vinos, frutales y ganaderías  de leche de vaca, oveja y cabra repercutiendo en las economías de esas explotaciones familiares tan negativamente que se han abandonado.

El sentimiento del  pequeño empresario agrícola es sentirse abandonado por las políticas agrarias creándose un envejecimiento del sector al  buscar sus hijos otros empleos para vivir mejor que sus padres. Los impuestos al campo español y los robos sucesivos en las propiedades han socavado, no solo la economía, también la ilusión de los hombres y mujeres que aman sus tierras y animales asistiendo impotentes ante el abandono que sufren por las leyes vigentes y, la caída de los precios  en favor de las multinacionales.

Muchos  pueblos de las comunidades españolas se han despoblado a causa de la falta  de oportunidades en el sector agrario. Los jóvenes, han emigrado a las grandes ciudades y al extranjero.  Quedan trabajando en el campo y en la ganadería una población envejecida y falta mano de obra que, además no se puede pagar en muchos casos. Se han potenciado las exportaciones, dañando así la producción autóctona lo que ha propiciado una caída en picado de los propietarios rurales.  Todo ha sido programado en contra de la economía rural.

Y de pronto los precios de los combustibles se disparan y la gente del agro español siente que se hunden en una ruina continua y precipitada. La  esperanza de la subida de los cereales a causa de la guerra en Ucrania no ha sido posible por el calor acaecido en los últimos días del pasado mayo. Un calor superior  que no habíamos sufrido desde hace más de veinte años.

El grano no granó y hay quienes  ni han podido pagar a las cosechadoras, o ante esta grave problema no se ha recolectado. Los controles  de los mercados  son los que marcan las economías rurales. Ruralidad que no puede subsistir  a base de fiestas pensadas para un turismo interior y de mostrar, y dar a conocer, las gastronomías, exquisitas en la mayoría de los lugares, pero insuficientes para el sostenimiento de los pueblos.

La despiadada economía del sector rural maltrecha  por el incremento de los precios de las eléctrica, gasoil, abonos… sumadas a la caída sufrida continuamente por los precios, siguen multiplicando la pobreza del sector agrícola y ganadero haciendo insostenible su continuidad. Un sector que no interesa a los demás sectores sociales, despreciado en ocasiones y utilizado en demasiadas ocasiones para  la chanza cómica.  Aun así, todavía  en las gentes del campo hay dignidad, orgullo y escasas quejas que le proporcionen ayudas reales para el sostenimiento de sus propiedades. Propiedades pequeñas de no demasiados hectáreas han causado el retroceso de esas explotaciones,  sin olvidar los reducidos ingresos de sus propietarios.

Degradación y rebajamiento del tejido rural que afecta a la población en general por incidir en la alimentación y carestía de la vida. Hecho de triste realidad dentro del proceso económico actual. Y de pronto en la sociedad feliz que vive de espaldas al campo las consecuencias de las energías ese factor incide en otras ocupaciones por el cambio económico del mercado. Y esto  no es una cita filosófica ni una metáfora poética, no. Es el clamor  de un deterioro en el trabajo y de éste irrefrenable pozo donde nos hundimos en un presente incierto. Ante este panorama reconozco mi incapacidad para jugar al despiste y al olvido. Y no huyo de mi entorno, ni cierro la puerta a la esperanza en este camino plagado de egoísmo, ansias de poder y riqueza  por encima de los que quedan abandonados en la miseria.

Para mí, la verdad es mi libertad. Es la libertad de quien escribe y da fe de lo que ocurre jugándose halagos y prebendas personales de aquellos que mueven los hilos sociales. En medio de este destrozo económico me fortalece la humanidad que no miente ni redacta tratados para manipular al semejante. Porque si mi lenguaje no es real tampoco lo será mi amor, ni mi palabra desnuda  de artificios. A veces hay que crucificarse para poder resucitar a pesar de tantas muertes.