Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

Cuéntase que se cuenta, cuéntase que ocurrió que un día nos dirigíamos a comprobar el estado de una parcela que se había sembrado de cebada como un campo de experiencias. Estábamos próximos a Manzanares y discurríamos por el límite de los terrenos que la Dirección General de Instituciones Penitenciarias tenía en el término y en lo que llamaban de “presos comunes”, hoy en día inexistente.

Al pasar por el camino secundario nos resultó curioso que estuviera cortado por una zanja, así que decidimos dar la vuelta y enfilarnos por el camino de entrada al Centro Penitenciario. La parcela debía estar muy próxima, pero no terminábamos de localizarla exactamente, porque otro de los caminos también estaba cortado. Al otro lado del camino vimos a unos operarios que estaban repasando unos árboles ya viejos y que limpiaban de maraña de ramas ya cortadas, amontonándolas. Uno de ellos, en vista de que paramos y cruzamos el camino, se nos acercó. Le saludamos y le preguntamos si sabía algo del camino que estaba cortado. El hombre, que nos dio la impresión de ser educado y culto por su forma de hablar, nos dijo que él era nuevo en esta zona, porque era uno de los presos comunes de la cárcel. Esto nos sorprendió enormemente y hasta nos dio un poco de temor, pero la actitud del hombre era muy correcta y nuestra primera impresión se desvaneció. El personaje parecía que tenía ganas de palique y nos empezó a contar parte de su historia y, aunque hicimos intención de dirigirnos de nuevo al coche, por pura educación no quisimos dejarle con la palabra en la boca y nos quedamos a escucharle. Le ofrecimos un cigarro que aceptó, nos sentamos en la cuneta y el personaje se despachó:

- Miren ustedes. Me han condenado para un año y ya estoy cumpliendo la pena. Me quedan dos meses y pronto voy a salir - inició la conversación, mientras daba una impresionante calada al cigarro. - Ahora, por buen comportamiento estoy en el grupo de presos que nos dan cierta libertad en la finca y hacemos faenas del campo - continuaba con tono sosegado y tranquilo y prosiguió: - Yo estoy aquí porque la vida da muchas vueltas y uno no sabe cómo vas a reaccionar cuando te ocurren ciertas cosas - continuaba él solo sin que nosotros abriéramos la boca - : Pues el caso es que yo tenía mi trabajo. Llevábamos tres años casados y nos iba relativamente bien con algunos apuros, pero salíamos a flote como buenamente podíamos. Yo, cuando era necesario, trabajaba mañana, tarde y noche y mi mujer hacía también algún trabajo en casas de otras señoras, así que nos apañábamos en espera de tiempos mejores - tiró el cigarro al suelo y sin darnos posibilidad de intervenir prosiguió: - Yo, sin darme cuenta empecé a notar algún comportamiento extraño en mi mujer, pero no me apercibí de ello, hasta que en el barrio empezaron a correrse ciertos rumores. Un buen día un amigo mío—no sé ahora si en buena o mala hora—, me insinuó algo especial y muy delicado sobre el comportamiento de mi mujer, que ya me hizo dudar. En fin, que un buen día, me dio por seguir a mi mujer y pude comprobar que entraba y salía con frecuencia de un cierto portal y que no era precisamente a servir, según aclaraciones de algún vecino, en este caso, mal intencionado - ya comenzando a expresarse con más rapidez y más nervioso, pero continuó: - Total, que un buen día y sin que mi mujer se diera cuenta, le cogí el llavero e hice una copia de las llaves que llevaba separadas de las que yo ya conocía de nuestro piso. De mala leche y cabreado, obsesionado y con todo el corazón moviéndose a cien por hora la seguí una tarde. Me metí en el portal y vi donde entraba; dejé un tiempo prudencial y, con sumo cuidado y silenciosamente, introduje la llave en la puerta. La abrí y oí  palabras de un hombre y la voz de mi mujer. Lo que vi, no quiero ni contárselo - suspiró profundamente - me abalancé sobre el tío y con el cuchillo del que me había provisto, intenté clavárselo y ya no sé lo que hice; debieron entrar los vecinos por los gritos que dábamos los tres, pues la puerta estaba abierta, me sujetaron, llamaron a la policía, me detuvieron, me juzgaron y gracias a que dijeron que había sido enajenación mental, me echaron la pena mínima - terminó con un largo suspiro.

- Pues, vaya putada - dijo mi compañero por hablar algo.

- ¡Vaya, hombre! ¡Qué vida esta!- exclamé por mi parte...

- Y, ahora,  ¿qué piensa hacer usted cuando salga? - pregunté.

La contestación nos dejó a los dos helados:

- Pues, muy sencillo: ¡REMATAR LA FAENA! - dijo con un gesto que no nos dio buena pinta a ninguno de los dos.

 

Preso común

Es mejor no dejar para mañana lo que no quieras hacer hoy

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