Los llamados Jefes de Clá, de claque o jefes de aplauso, que también recibieron le denominación de alabarderos o mosqueteros, en el argot teatral, eran unas personas que se encargaban de organizar la animación de las obras escénicas en teatros y representaciones, pagados por empresarios, promotores o productores de los propios espectáculos. Su misión era muy clara y consistía en hacer lo que ahora llamaríamos animadores.
Existió una verdadera organización o si queremos llamarla pequeña mafia, pues la organización era muy sencilla pero casi empresarial y hasta cierto punto muy compleja.
Como primer dirigente se encontraba un señor responsable de la organización que mantenía continuos contactos con otras varias personas que serían los futuros animadores del espectáculo que se pretendía promocionar o animar.
Claro, pensaran que este jefe de la organización era encargado por terceras personas para realizar los acuerdos con los “jefes de clá” actuantes. Pues ahí es donde se encuentra la maraña de la cuestión, puesto que el personaje que hacía de jefe de clá conocía quienes eran los que estaban promocionando el amenizar los espectáculos, aunque cabe pensar que serían los propios interesado del espectáculo.
Pero vamos al oficio del nuestro protagonista. Este recibía el encargo de aplaudir en ciertos momentos del espectáculo, porque no se crea que era improvisado en todas las ocasiones y se dejaba a criterio del jefe de cla´, sino que en muchas de las ocasiones, por no decir todas, ya había visto o participado en los ensayos y se quedaba acordado cuáles eran los momentos en los que tenían que iniciarse los aplausos o levantarse y decir ¡bravo! o palabras similares, aunque en otras ocasiones se improvisaba y quedaba a su criterio.
Pero la misión del personaje no era en solitario, ni muchísimo menos. Lo normal es que es que los contratados, como actuantes conociendo el contenido de la obra, actuaban como segundos jefes, porque indicaban al resto en los momentos en que había que incentivar al público.
También solía ser frecuente que a alguno de los claqueros se les entregara entradas para invitar a amigos, conocidos o familiares al fin de aplaudir, gritar o levantarse cuando el dueño de las entradas que estaba en el espectáculo lo indicara.
Como vemos la organización era muy buena y normalmente daba resultado, porque especialmente en los estrenos la prensa dedicaba buenas acepciones a la calidad del espectáculo en cuestión.
Generalmente se daba especialmente en los casos de obras teatrales de estreno o en comedias, sátiras o sketches cómicos los que producía una mayor animación por parte de los espectadores, aunque justo es decir que algunas de ellas pasaron sin pena ni gloria en el mundo del espectáculo, pero las críticas eran buenas, aunque posteriormente duraban poco tiempo en cartel.
Pero no acaban ahí las historias, algunos profesionales de los grupos no resultaban en ocasiones muy fiables, pues revendían su trabajo a otra tercera organización, porque realmente hubo una época que la práctica del claqueo era algo normal y conocido por todos. Tan es así que en muchas ocasiones se cambiaban los personajes que hacían el trabajo de espectáculo para no ser muy conocidos.
Otro de los acontecimientos más definidos de este oficio era cuando se pretendía hacer lo contrario, es decir, que la obra de teatro o de comedia o del género que fuera se deseaba que no triunfara y para ello los encargados de hacerlo eran las mismas personas en similares condiciones económicas y su misión consistía en aplaudir a destiempo, cuando no tenía sentido hacerlo o incluso cuando no había terminado al escena. Ello producía un desconcierto en el público que en muchas ocasiones hacía desmerecer la calidad de la obra. Eran los llamados “reventadores”.
Conocer que era una profesión tan enriquecedora que los verdaderos Jefes de Clá, es decir los que contrataban a los trabajadores gozaban de una economía más que buena y generosa.
Pero aunque nos hallamos imaginado que prácticamente la misión de los encargados era simplemente aplaudir, no era así, ni mucho menos, porque existían distintas modalidades y especialidades dentro de las posibilidades que ofrecía el trabajo.
Podemos describir algunas modalidades, además de los reventadores.
Una de las estrategias eran lo que realizaban los llamados “siseadores” que se encargaban de hacer muy buenos comentarios de la obra, durante la obra, comentando en voz baja a los que se encontraban a su lado, como animando las escenas.
También existían las llamadas “lloronas” que fingían el llanto echándose los pañuelos a los ojos en escenas especiales para producir mayor efecto entre los espectadores.
Otra jugosa jugarreta consistía en advertir a su compañero o compañeros de asiento que lo que venía a continuación era formidable, era como decir: ”Espere, espere, que ahora viene lo mejor”.
Y también existían los llamados “repetidores” que aplaudían y al mismo tiempo animaban a repetir la escena como si dijéramos en nuestro tiempo “¡Otra, otra!”.
Otra curiosidad que era frecuente nos la encontrábamos con la venta delas llamadas “entradas de clá”, que se recogían normalmente en bares y/o cafeterías próximas a los teatros donde se representaban las obras.
Hoy este oficio ha desaparecido como actividad organizada, aunque todos los espectáculos se promocionan de una u otra manera: principalmente en internas campañas publicitarias en distintos medios, inclusión de músicas ambientales, sonidos en segundo grado y otros.