Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
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Cuéntase que se cuenta, cuéntase que ocurrió que en Tomelloso  la vendimia estaba en pleno apogeo. Todo el campo hormigueaba en la comarca. No había parcela en la que no hubiera personas vendimiando. Estábamos a finales de septiembre y la comarca entera bullía por todos los parajes. Pablo, un agricultor de la comarca, ya había dado una vuelta por todas las parcelas y estaba orgulloso de la producción del año. Las cepas se habían portado bien, presentaban buena producción y los racimos se veían sanos.

Le quedaba una parcela por vendimiar y la empezaría el lunes. Así que el sábado terminó la penúltima parcela y el domingo llevó el remolque a la cooperativa. Ya en casa, se pusieron a lavar las lonas y el remolque y las dejó en el patio para dejar dispuesta la vendimia del lunes.

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Esa misma tarde decidió acercarse a la parcela de El Madrugal, para preparar leña para la cocinilla de la casa y llevar vino y algo de latas, migas y gachas, pues la vendimia duraría un par de días y era necesario tener atendida a la cuadrilla, ya que hacía ocho días que no se acercó a esa parcela.

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Circulaba contento por la carretera. La parcela estaba cerca del pueblo, pues había organizado la campaña vendimiando antes las viñas más alejadas para, poco a poco, irse acercando a las más cercanas al pueblo. Además esta era la única que tenía en espaldera, aunque no le quedaba más remedio que recogerlas a mano.

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Llegando ya próximo a la parcela, algún sexto sentido le advirtió que algo pasaba y, efectivamente, su sorpresa fue que la parcela estaba vendimiada ¡No había uvas en las cepas! Pero, ¿cómo puede ser? ¿Quién se ha llevado las uvas? ¿Cuándo ha sido esto? Pablo no hacía nada más que preguntas. Bajó precipitadamente del coche y se metió entre las entrelíneas por si acaso encontraba alguna pista. No encontró nada que le pudiera ayudar a tener una pista. Las cepas se habían vendimiado con máquina ya que se podía ver los astiles de los racimos. Desangelado regresó al coche.  No había nadie por los alrededores, así que se introdujo en el coche y se dirigió al pueblo. Se acercó al Cuartel de la Guardia Civil a denunciar el hecho y una vez realizada la denuncia se dirigió a la Cooperativa. Allí estuvo preguntando por las distintas máquinas de vendimiar, pero al final nadie le pudo contestar, aunque sí cogió varias direcciones de los maquinistas que operaban por la zona. El administrativo de la Cooperativa le ayudo buscando en las entregas de los siete últimos días por si en las uvas entregadas y vendimiadas con máquina habían procedido su parcela y también estuvo intentando comprobar si alguna de las que alquilaba la Cooperativa la había vendimiado, pero no hubo suerte; su parcela no constaba en el archivo de las entregas.

Se marchó a casa y se lo contó a su mujer. La vorágine que se armó fue enorme: cinco fanegas de viña que habían volado. Todo el mundo daba soluciones: Que si llamar a los linderos. Que si avisar a la guardería, que qué tonto era.

Cuando el escándalo estaba en su mayor intensidad sonó el teléfono de la casa. Lo cogió su mujer y alarmada llamó a Pablo y le dijo que se pusiera al teléfono.

 Era su amigo Ramiro, que empezó explicándole que sabía que estaría preocupado por lo de su parcela. Pablo, asombrado, preguntó que cómo sabía él lo de su parcela. Ramiro le contestó que todo había sido un error, que el maquinista había confundido la parcela y la había cosechado, pero que no se preocupara que la entrega de uvas la había realizado a su nombre. Pablo le preguntó dónde había entregado las uvas y le dijo que a una bodega particular.

Aliviado, Pablo quedó con su amigo al día siguiente y aunque el problema parecía solucionado, no fue  así.

Ahora se trataba de justificar en la Cooperativa la entrega de uvas de esa parcela para  que constara y todos los documentos que llevaba consigo; quitar la denuncia en la Guardia Civil y dar los datos de cobra en la bodega, pero por suerte al final todo pudo solucionarse satisfactoriamente. Naturalmente el amigo no lo cobró el coste de la recolección y le explicó que al maquinista le dio el número del polígono y el de la parcela y se hizo un lio con la numeración y que él no pudo acudir a ver la recolección por estar ocupado en otras parcelas y añadió que la sorpresa había sido suya porque cuando pudo ir a la parcela las uvas estaban sin vendimiar y  fue necesario acompañar al maquinista a la parcela vendimiada haciendo las indagaciones necesarias para finalmente conocer que era la parcela de su amigo Pablo. Por fin, ahora estaba vendimiando la suya.

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Las uvas de la ira

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