Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

El barquillero fue una figura muy popular durante los siglos XIX y principios del  XX que actuaba y ejercía su oficio en la calle.

Como su nombre indica el barquillero vendía los famosos barquillos, que eran una especie de galleta plana, rugosa, realizada con agua, harina, azúcar, aceite y limón o canela y eran onduladas, teniendo forma de barco, de donde procede su nombre. Los barquillos que hoy conocemos son en forma de cono o cilíndricos y además de galleta se utilizan como soporte para helados.

El barquillero ganaba su dinero paseando por las calles o bien instalándose en lugares céntricos o en parques o jardines por la abundancia de muchachos donde era más fácil tener clientes.

Todos llevaban una cesta llena de barquillos y un depósito cilíndrico llamado bombo en cuya cabeza estaba instalado un artificio consistente en unas pequeñas barras metálicas uniformemente separadas  en el perímetro de la circunferencia del bombo y en la parte central del mismo  un disco con cuatro pomos y en su lateral un latiguillo flexible que va pasando por los distintos cuarteles que forma el perímetro del bombo y con cada casilla numeradas, que la mayoría llegaban hasta el número cuatro, aunque existieron hasta le número diez y otras también con el número 0 incluido. En los últimos bombos solamente se encontraban los números 1 y 2. Los bombos en vacío

cargados solían pesar unos 10 kilos y cargados unos 18-20 kilos y se transportaban por una o dos tirantes sobre los hombros. Se solía jugar una perra gorda o cinco céntimos.

Ni que decir tienen que en Madrid es donde se hicieron más populares y el barquillero iba totalmente vestido de chulapo con su safo en el cuello y la parpusa en la cabeza, especialmente en las fiestas populares y lo más frecuente era llevara una gorrilla y alpargatas.

Conseguir un barquillo consistía en hacer una apuesta y girar la rueda y donde el latiguillo se paraba era el número de barquillos obtenidos, con algunas observaciones, ya que si el latiguillo se paraba en el clavo o en el número cero no había premio. El clavo era la celda donde exactamente se encontraba el tornillo que sujetaba el conjunto de casillas, generalmente cuatro.

Cuando se juntaban varias personas se realizaba un  especie de juego que consistía en hacer tiradas todos los jugadores y el que menor número obtenía era el que pagaba los barquillos.

Otra de las curiosidades de este oficio era el reclamo con que ofertaban sus productos y que se hicieron muy populares y que he recogido de informaciones y de propio conocimiento por haberlas oído más de una vez. Entre ellas nos encontramos:

¡Al rico barquillo de canela para el nene y la nena”; “Son de coco y valen poco”; “Son de menta y alimenta”; ”De vainilla, !qué maravilla” y de limón, qué ricos, qué ricos que son!; “Barquillos de canela y miel, que son buenos para la piel”.

Actualmente ha desaparecido este oficio, pero en algunas fiestas populares o acontecimientos como celebraciones se está volviendo a aparecer esta figura del barquillero.

Este oficio fue muy popular y tuvo bastante trascendencia a nivel popular, no en balde se  compuso una Zarzuela del maestro  Ruperto Chapí, precisamente con este nombre: “El barquillero”, ambientado en Madrid y no se puede olvidar el coro de barquilleros de la zarzuela “Agua azucarillos y aguardiente”  del maestro Chueca.

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