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Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

Cuéntase que se cuenta cuéntase que ocurrió que en un pueblo manchego un gato y una gata se enamoraron.
 
El gato vivía en una casa muy humilde y, aunque estaba muy bien atendido por su ama, le faltaba encontrar algo más de movimiento en su vida. Era un gato sencillo de costumbres normales para su edad, pero con una cierta energía vital que le permitía tener cierta personalidad entre la familia gatuna de la población, que era abundante, pero que tenían una cierta consideración sobre Filo, que así se llamaba nuestro primer personaje.

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Por su lado, la gata era preciosa con un perfil particular. Una larga melena sobre las orejas y un largo cuerpo adornado por un rabo fino y muy estilizado que daba a sus movimientos un buen atractivo. Su color no era un blanco esplendoroso, pero tenía un cierto tono cremoso que producía un agradable brillo cuando estaba iluminado. Dina, que así se llamaba nuestro segundo personaje, se encontraba alojada en un corral que su dueño tenía en la casa y donde recibía todo el cariño de una niña pequeña - Marta - , nieta del amo de la casa, por lo que nuestra deliciosa gata se encontraba muy protegida, aunque a veces tanto que no le permitían salir demasiado fuera de la casa y Dina, como curiosa hembra, deseaba conocer más mundo que el patio del corral.

Un día Marta, se dejó la portada abierta y Dina aprovechó el descuido para salir a dar un paseo. Andaba por la terraza de una casa  cuando, sin darse cuenta, se le aproximó un gato, que no era otro que Filo. Al verla se dio cuenta de que era la gata de su vida y, haciendo unos movimientos insinuantes de arrogancia, se acercó a Dina que, por cierto, también se sintió atraída por el apuesto gato, por ser la primera vez que contemplaba un ejemplar tan bien puesto.

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Estuvieron un tiempo contemplándose y, en uno de los momentos, Filo dio un gran salto hacia la terraza de un balcón y con la boca arrancó una flor de una maceta y se la entregó a Dina.

Lo cierto es que ambos se gustaron y comenzaron a mantener unas relaciones de amistad muy intensas. Pasado un tiempo ambos contemplaron la necesidad de estar siempre juntos y comenzaron a estudiar la situación. Dina tenía un cariño muy grande por Marta y no quería abandonarla, por lo que indicó a Filo que se viniera a vivir a su patio, a lo que no pareció acceder su novio, porque Filo era bastante cómodo y, en la casa de agricultor donde vivía, se encontraba con total libertad y salía y entraba cuantas veces quería sin que su dueño le recriminara y, además, era muy aficionado a la caza y le gustada realizar redadas para cazar ratones, topos y topillos tan abundantes en los alrededores, por lo que en un principio comenzaron a tener ciertas desavenencias.

Como es natural al final Filo accedió a convivir con Dina y se fue a vivir con ella. Dina pensaba qué iba a decir su amiga la niña, pero tenía más temor por lo que diría su abuelo que, aunque consentía en la existencia del gato, por razones egoístas, tenía cierto temor en el  exceso de cariño que su nieta profesaba a la gata.

Así vivieron durante un tiempo, pero ya Filo observaba que Dina se encontraba muy gorda y que algo raro le estaba pasando. A los pocos días, y después de una descubierta por los alrededores cazando un ratón, se encontró con que Dina tenía en su regazo a cuatro pequeños gatitos, que indudablemente debían ser suyos.

Por mala suerte tres de los pequeños dejaron de respirar y Dina y Filo, los enterraron, ayudados por Marta, que acariciaba continuamente el lomo de Dina para consolarla.

Pasado el tiempo Filo y Dina consiguieron volver a su vida normal: eran felices y disfrutaban del pequeño gatito y con las travesuras del pequeñito Rufo, que así lo bautizó Marta.

Un mal día, el abuelo de Marta cerró la casa y se la llevó a otro lugar y no la permitió llevarse a los gatos, quedándose solos en la casa. Marta fue a despedirse, llevándoles abundante comida especial para gatos y la niña acariciaba continuamente a sus queridos felinos, mientras que nuestra pareja percibió que algo grave iba a ocurrir. Filo tuvo que agudizar su experiencia en caza para poder suministrar alimento a su familia.

Pero un día el pequeño Rufo despareció y Dina empezó a preocuparse. Filo no se encontraba en  el nido que tenían construido al fondo del jaraíz de las uvas y Dina se dedicó a intentar localizarlo.

Con todos sus sentidos comenzó a buscar y, después de varias vueltas improductivas, pudo escuchar el lejano maullido de su gato. Dina con todos sus instintos se dispuso a descubrir el lugar de donde provenían las llamadas de su gatito.

Descubrió que provenían de un pequeña puerta protegida por unos plásticos, así que con toda su precisión se dispuso a destrozarlo, sacando sus uñas. Lo consiguió y pasó a un laberinto de escalones que bajaban hacia el fondo del suelo. Bajó por ellos y, al poco, volvió a escuchar los maullidos, giró a un lado con mucha prisa y se encontró con unas bocas colocadas ordenadamente y donde de una de ellas se oían los maullidos. Se apoyó con sus cuatro patas en el borde con tan mala fortuna que resbaló  y cayó al fondo de la vasija. Sí, allí estaba su pobre gatito muy asustado y que, al verla, se acurrucó a su lado dejando de maullar. La situación era muy difícil y angustiosa. Dina intentó varias veces apoyarse en las paredes para ascender por ellas, pero era imposible: las paredes eran muy lisas y, ni aun  sacando sus uñas y dando saltos lo más altos que podía, no conseguía nada. Solo observaba una cierta claridad en la boca, pero sus esperanzas de salir de ese lugar la convencieron de que eran imposibles. Así que  amoldó a su gatito entre su cuerpo y, de cuando en cuando, elevaba fuertes maullidos por si era posible que alguien los oyera.

Filo regresaba a su nido familiar y le extrañó la ausencia de su gata y de su pequeño gatito.  Decidió moverse por los alrededores y salió al patio, con tan buena suerte que escuchó un maullido inconfundible. Descubrió la abertura y pasó por ella y llegó hasta donde Dina se encontraba o eso pensó. Comenzó a realizar una prospección del lugar y pensó en cómo poder sacarlos del fondo. Se desplazó continuamente y, en unos de sus movimientos, rozó con una cuerda gruesa. Comprobó que era muy larga y que tenía palotes ajustados a las cuerdas.

Él era un gato manchego y como tal las dificultades eran siempre un reto que sabía superar. Con los dientes de la boca enganchó la cuerda e intentó acercarla a la abertura del depósito. Metió la cabeza por debajo del palote e hincó los dientes en la soga. Ahora si se movió y  consiguió aproximarla a la boca y la dejó colocada. Con la parte trasera del cuerpo comenzó a empujarla poco a poco, no sin antes dar varios maullidos de aviso para que Dina lo tuviera en cuenta. De tal forma lo consiguió que ya el propio peso de la cuerda hizo que fuera cayendo al fondo con tanta rapidez que estuvo a punto de arrollarle.  Filo sujetaba la punta de la escalera en espera que notara algún movimiento en la misma. Al poco percibió que la escalera se movía y poco después apareció Dina con su gatito cogido en la boca por el cuello. La alegría fue inmensa, pero muy agotados, se tumbaron y el cansancio se transformó en sueño.

Filo no sabía el tiempo que había transcurrido y se despertó notando que en la cueva hacía frío y que lo conveniente era volver a su nido, así que despertó a su pareja y al gatito y se fueron a descansar a su lecho y así estuvieron durante un largo tiempo hasta que un día comenzaron a escuchar voces de personas, muchos ruidos extraños de motores y máquinas, olores y fuertes movimientos para ellos desacostumbrados y así durante mucho tiempo.

Finalmente los ruidos y las voces desparecieron. Transcurrió mucho tiempo en que tanto Filo como Dina pasaron sus tiempos de felicidad, aunque ya solos porque el pequeño Rufo ya no se encontraba con ellos. Dina quedó embarazada dos veces más, pero sus partos fueron negativos. Ya eran mayores y cada vez se encontraban más cansados y además su alimentación era menos abundante que en otros tiempos.

Y ocurrió lo que menos esperaba. Cuando ya eran casi viejos y esperaban que su vida cotidiana rayara en la dejadez y el aburrimiento, un día oyeron que una puerta se abría en la casa principal y una voz de mujer decía: - ¿Dónde estarán mis gatitos, abuelo? ¿No se habrán ido, verdad?

- Es posible, Marta, ya ha pasado mucho tiempo y se habrán cambiado de lugar o estarán muertos.

- Pues lo primero que voy a hacer es ir al patio a ver si los encuentro.

No hizo falta, Dina y Filo se encontraban sentados en la puerta del patio, moviendo consecutivamente el rabo y esperando que Marta apareciera por la puerta.
 
La escena es imposible de narrar y describir. Inmensa fue la alegría de todos y los gatos se dieron cuenta que la niña ya no era tal, sino una mujer alta, rubia y preciosa.

Mientras, en el dintel de la puerta, el abuelo lloraba como un niño.

Este relato está basado en hechos reales y solamente pudieron producirse en un pueblo manchego de cuyo nombre sí quiero acordarme: Tomelloso.

El amor de los gatos a voces y “por las tinajas”

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