Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

Cuéntase que se cuenta, cuéntase que ocurrió que por fin a Alberto le llamaron de la empresa para que empezara a trabajar en su nuevo empleo. Más contento que un San Luis, porque era su primer empleo, se lo comunicó a su familia y a su novia que le felicitaron. Preparó las maletas y el martes cogió el tren rumbo a un pueblo de Zaragoza donde tendría que trabajar.

Hacia el  mediodía llegó a la estación y con la maleta en la mano se dirigió a las Oficinas de la Empresa. Allí encontró a sus compañeros y, hechas las presentaciones, Alberto preguntó por un alojamiento para poder dormir. Uno de los compañeros le dijo que había una pensión que seguramente tendría plazas porque el anterior compañero la había dejado hacía unos pocos días y seguramente estaría vacante. Le dieron la dirección y se dirigió a la pensión en cuestión.

Llegó al edificio y observó que el lugar era tranquilo; en la misma acera se encontraba una iglesia y una plazoleta, sin bares alrededor. Los edificios eran antiguos, pero bien conservados. Entró por el  portal que estaba  y subió al primer piso. Llamó al timbre y abrieron la puerta y allí estaba: sí, la señora Pilar - como no, si estábamos en Zaragoza -. Dijo que venía de parte de los compañeros y, poniéndose muy contenta, le invitó a pasar diciendo que si le gustaba la pensión podía quedarse. Hablaron de precio y condiciones y todo quedó apalabrado.

Durante más de un año que se alojó en esta pensión, su estancia fue normal y estuvo contento y satisfecho.

La señora Pilar era una mujer encantadora. Era ya muy mayor y, aunque nunca llegó a conocer su edad, debería tener más de sesenta años. Era delgada, puro nervio, muy cariñosa, educada, afectiva y simpática. Había enviudado y, aunque tenía familia en la localidad, ella había preferido poner la pensión a estar dependiendo de los demás.

La pensión era pequeña, pero muy acogedora. Tenía una entrada con un pequeño y corto pasillo que daba, por un lado a la cocina y por otro a un salón grande que se utilizaba de comedor, desde donde partían tres habitaciones, en distintos puntos del salón. La más próxima a la cocina era donde dormía la señora Pilar y los otros dos para los inquilinos. En un lateral se encontraba el cuarto de baño con plato de ducha.

Su habitación era pequeña, pero confortable. Una cama antigua que para Alberto muy alta, pues cuando se sentaba en ella sus pies casi no llegaban al suelo, pero era ancha - más de un metro -. Disponía de un armario antiguo de madera recia muy amplio y una mesilla que era casi una mesa y donde estudiaba Alberto y también un balcón que daba a la calle.

Durante aquel tiempo estuvieron en la pensión dos personas solamente. El otro personaje era un hombre antipático, grosero, mal educado y borracho, porque casi todas las noches venía embriagado, pero, eso sí, nunca se comportó como un patoso, ni molestó a nadie y que ejercía bien su oficio, porque era representante de bebidas y él era el primer consumidor. Menos mal que ningún fin de semana los pasaba en la pensión. Debía llevar muchos años con la señora Pilar que le soportaba con estoicismo y parece ser que a lo largo del tiempo se encontraban en un momento en que habían conseguido soportarse entre ellos.

Alberto siempre explicaba que la  señora Pilar era un cielo y un pedacito de pan. Le mimaba y se alegraba cuando llegaba  y le daba dos besos.

Hay que decir que Alberto era un crio para ella, pues tenía solamente 20 años y hay que decir que nos situamos en el año 1967. La vida cotidiana de Alberto era la que su trabajo le proporcionaba y así trabajaba de día y de noche y algunos fines de semana volvía a la capital a ver a la familia, aunque en contadas ocasiones, porque el presupuesto era muy corto y era necesario no malgastar, ya que tenía que casarse y comprarse un coche, así que la vida diaria de Alberto era casi monacal. Por un lado los horarios de trabajo y, por otro, la necesidad de no malgastar el sueldo. Así que, trabajar, comer y cenar.

La comida era buena. La señora Pilar - que hay que decir que era muy limpia, quizá en exceso, porque tenía la pensión mejor que muchas casas particulares, ya que además de ser limpia por naturaleza era muy trabajadora y exceptuando las horas que salía de compras el resto estaba siempre faenando por la pensión - preparaba unas comidas típicas a  base de caldos y pucheros y carne a base de ternasco, tan bueno en esa zona. El resto eran judías, garbanzos, lentejas y fruta, abundante fruta de todas clases y típicas de la zona: manzanas, peras, melocotones, albaricoques, cerezas y ciruelas a todas horas.

Sin embargo, las cenas eran otra cosa. A Alberto nunca le habían gustado en exceso las verduras y en esa comarca eran típicas las cenas con verduras de todo tipo. Así que por las noches la señora Pilar, con un cariño especial, le preparaba unos “deliciosos” platos de verduras variadas: borrajas, espinacas, acelgas, cardo, coliflor y otros celestiales productos de huerta, acompañadas de patatas y, como si fuera una sorpresa, decía:

- Mira, hijo, qué sorpresa tienes hoy, he encontrado estas borrajas muy tiernas y te las he hecho especialmente para ti: ¡Come, hijo, come! Ya verás que buenas están - con una expresión de victoria y de satisfacción, como si hubiera preparado algo exquisito y especial.

Alberto no tenía otra opción que comerse semejante manjar por dos razones: porque solía tener hambre a esas horas de la noche y porque era imposible poder despreciar la comida a la señora Pilar que seguramente tenía preparada la cena pensando en lo bien que me iba a sentar. Cuando la señora Pilar desaparecía del comedor, echaba todo el vinagre y el aceite que podía, aplastaba con la cuchara las patatas con la verdura y haciendo un esfuerzo se comía el plato de verduras. Bien es cierto que no siempre cenaba en la pensión, porque cuando tenía trabajo por las tardes-noches se lo decía a la señora Pilar para que no preparara cena, porque ya procuraba haber probado algo antes de venir de los pueblos que recorría.

Al año siguiente Alberto dejó la pensión y la señora Pilar estuvo llorando todos los días desde que se lo dijo hasta que se marchó.

Alberto se casó y cuando regresó otra vez con su mujer a la localidad, se acercó a la pensión para que su mujer conociera el lugar donde había pasado más de un año y para que conociera a la señora Pilar. Cuando los vio no sabía qué hacer, ni qué decir. Alberto recibió más besos que seguramente había dado la señora Pilar a su marido. Le dijo que el maleducado - que Alberto no recordaba su nombre - se había marchado y que ahora tenía a dos personas que eran muy buenas. Le hicimos un regalo que le gustó mucho: una radio nueva, porque la suya ya ronroneaba y dio un salto de alegría. No sabía cómo agradecerles que se hubieran acordado ir a verla y cuando ya se despedían, buscó por el frigorífico y les entregó un paquete de chuletas de ternasco, que tuvieron que coger, porque si no, no saldrían de allí.

 Lo que es la vida, ya metido en el trabajo, estuvo un tiempo sin ir a visitarla y cuando lo hizo ya no fue posible ver de nuevo a la señora Pilar. Había fallecido y comentaron que sus familiares habían alquilado la casa a un matrimonio y la pensión ya no existía. La señora Pilar fue enterrada en su pueblo natal.

Es seguro que la afable, cariñosa y querida señora Pilar estará en el cielo preparándole a Dios unas exquisitas borrajas con patatas. Que así sea, señora Pilar.

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HUERTANICA DE MI VIDA, YO JAMÁS TE OLVIDARÉ (JOTA)

La Señora Pilar

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