Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

Cuéntase que se cuenta, cuéntase que ocurrió que el viaje transcurría con toda normalidad. Veinticinco agricultores y sus mujeres y algún soltero íbamos de viaje a Mallorca en convivencia familiar.

Llegamos al puerto de Valencia y el barco nos estaba esperando. Para muchos era la primera vez que iban a realizar este tipo de viaje y se los veía ilusionados, algunos matrimonios con renovada juventud.

Fundación Elder

Empezamos a distribuir camarotes, algunos de cama única y otros camarotes con literas de pisos.

Una vez embarcados recorrimos el barco para observar sus instalaciones con animada inquietud por lo novedoso del tema. Al poco tiempo, el barco ”levó anclas” y comenzó a navegar. La mar estaba en calma y no había oleaje, no obstante algunos de los excursionistas empezaron a notar ciertos vahídos y mareos, observando a algunos con la cabeza ampliamente sobresalida de la línea del barco, aunque la mayoría se encontraban normales y seguían paseando por las cubiertas del barco.

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Realizada la primera observación de los excursionistas, decidimos cenar e irnos a descansar a nuestros camarotes. Estaba dispuesto a  acostarme cuando llamaron a la puerta. Extrañado, la abrí y me encontré a una persona empleada del barco que me indicaba que el encargado de a bordo me mandaba llamar.

Salí acompañado del empleado y por los pasillos me condujo hasta la puerta de uno de los camarotes donde pude observar al encargado del barco, cuyo cargo no recuerdo, en sostenida polémica con uno de los excursionistas.

Le pregunté la causa de tal discusión y, anticipándose a la contestación del encargado, el excursionista, con voz pomposa, nos dijo:

—¡No puede ser, no hay derecho, esto no está bien!—comentó algo excitado.

—Pero…, ¿qué te pasa, Jesús? ¿A qué te refieres?— le pregunté.

—Pues nada, que yo quiero una cama para dormir esta noche con mi mujer—dijo señalando a su esposa.

—Pero, vamos a ver, Jesús. Llevas seguro casado más de treinta años con Alfonsa; que yo sepa tienes tres hijos. Si lo cuentas, por lo menos, has dormido con tu mujer más de diez mil noches y …   ¿precisamente hoy te empeñas en acostarte con tu mujer? Venga, Jesús, que no somos niños. Anda, acuéstate en la que te ha tocado y déjate de historias—le completé la explicación.

—¡Que no, que no!, que yo tengo el capricho de acostarme con mi mujer en un barco, que no lo he hecho nunca—con tono convencido.

El encargado del barco—o título que tengan, que desconozco- escuchaba con extremada extrañeza y paciencia toda la conversación, mostrando una actitud de curiosidad, como si estuviera muy interesado en el futuro transcurso de la conversación.

—Venga, Jesús, no nos des la noche. Pero, además, ¿lo has consultado con tu mujer? Qué más te da, si a tu  mujer la vas a tener siempre. Además en los barcos se duerme mejor en una cama o litera individual que en una conjunta. De verdad no vais a estar cómodos. Vamos, si quieres, antes de acostarnos y de que cierren el bar, nos tomamos una copa y verás las cosas de otra manera— dando vueltas al asunto para intentar convencerlo.

El encargado del barco apostilló:

—Bueno en este caso invita la empresa—aportó el encargado.

—¡Pues vaya excursión más chunga! Desde luego no voy a repetirla nunca con ustedes. Bueno, vaya, sea pues ¿va en serio lo de la copa? —preguntó sin estar muy convencido de lo que había dicho.

—¡Hombre, claro que es verdad!, Pero vamos deprisa que nos cierran el bar—le comenté satisfecho.

El encargado nos dijo que cerrarían un poco más tarde y ratificó la invitación de la dirección.

Por fin, Jesús quedó convencido.

Hay caprichos muy caprichosos

Caprichos de Senectud

 

 

 

 

 

 

 

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