En el dinner de Edward
no cabe más que esa palabra
que no se dice pero se intuye,
podríamos llamarla silencio,
parecido a ese hueco en cada taburete
de los seis que vemos,
en el salero, el vaso y la pimienta,
en la mirada perdida del hombre
que fuma con sombrero,
el otro, da la espalda al mundo
mientras observa el reflejo
de la calle solitaria sobre su vaso,
quizá, porque hay cosas tan simples
que siempre se nos escapan
y no por eso son menos importantes,
lo más trágico sea encontrar
la salida para aquél hombre de gorro marinero,
que ama a la mujer de rojo en silencio,
tras la barra triangular
en cualquier esquina
de la memoria y el deseo,
en el centro de la ciudad de Manhattan,
en ese estupor incesante
de estas horas sin freno.