Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

Cuéntase que se cuenta, cuéntase que ocurrió que hubo una época en la que estuve tres años, entre otras actividades, dedicándome a la cría de canarios y otros pájaros, pero principalmente canarios en cautividad.

Disponía de dos jaulas de cría y cuatro jaulas de macho y en ellas comencé a criar estas aves. Las dos hembras y los dos machos eran canarios autóctonos criados en España y en la primera época conseguí unos veinte pájaros a la venta. Digo a la venta porque mi afición por la cría provenía de un vecino amigo que llevaba más años que yo criándolos y me fomentó la inquietud. Yo era muy joven y estaba hasta cierto punto entusiasmado por esta nueva actividad. Pues esta primera campaña vendimos cerca de cuarenta pájaros que los llevábamos al Rastro de Madrid a la cuesta de los pájaros que era el lugar de venta de estos y otros sinnúmero de animales.

Las cotizaciones eran variadas según la demanda, pero podríamos estimar que sacábamos una media de unas 10-15 pesetas por pájaro vendido. Los vendíamos relativamente jóvenes, siempre menores de un año y los juntábamos en jaulas por lotes de tamaño y precisamente a esa edad por dos razones: para poder hacer sitio para la próxima cría y para evitar que los expertos adivinaran si eran machos o hembras, pues las hembras se cotizaban más baratas. Así que preferíamos la venta en lotes de cuatro. Para dar una referencia recuerdo que en aquellos años un cine de sesión contínua, o sea de reestreno, solía costar entre ocho a diez pesetas, según el barrio y una pastilla de chicle americano una peseta.

Ese mismo año un amigo del Rastro que también criaba canarios nos dijo que probáramos con unos canarios de Francia que eran muy seguros y que a él le daban buenos resultados. A la segunda entrega nos convenció e hicimos un cuatro por seis: él se quedó con seis de nuestras crías y nos  hizo el trueque con cuatro de sus canarios franceses. Dos para mi amigo y dos para mí.

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El poco beneficio de las ventas me las gasté en comprar dos jaulas de cría más y dos jaulas normales.

Así contento, llega la primavera siguiente y empecé a colocar las jaulas. Las de cría de las hembras debajo y la jaula del macho encima, sin que pudieran verse. Durante los primeros días el jolgorio se hacía notar, así que para que se encelaran estas aves las estuve en esta situación un par de semanas. A partir de esa fecha ya introduje a los machos cada uno en una jaula de cría.

Durante mis ratos libres, además de arreglar las jaulas: cambiar el agua, limpiar las cañas, poner  los cañamones y el alpiste triturado, observaba con atención la actitud de los machos. Toda la campaña mantuvieron su ritmo de cría, pero lo más interesante son las conclusiones que saqué del comportamiento de los pájaros franceses y los españoles.

Evito muchas explicaciones de tipo práctico, puesto que al no entendido no le van a servir de nada y al entendido le van a sobrar, pero sí me parece necesario resaltar algunas observaciones que merecen la pena que sepan.

Los canarios franceses tenían un comportamiento algo, o  casi podría decir, que muy diferente a la de los españoles.

Una vez en la jaula los machos franceses iniciaban los primeros escarceos y los clásicos movimientos de machos y hembras, pero en cuanto la hembra se ponía en posición, con el clásico movimiento de alas traseras, vibración y pequeños gorgojeos continuados correspondientes, el macho francés era eficaz, porque sabía cuándo hacerlo; era eficiente, porque sabía muy bien cómo hacerlo y efectivo por que cumplía perfectamente. Hasta ahí podríamos considerar que era normal. Pero cuando la hembra comenzó a poner huevos, ya al macho no debió parecerle bien, porque debió pensar que se le había acabado lo bueno, y la hembra comenzó a estar más tiempo en el nido y más cuando terminaron los días de puesta y comenzó a incubar los huevos. Los jodíos franceses, ni caso, ni se preocupaban de llevarle comida a la hembra, ni incubaban cuando su pareja salía a comer, a beber o a simplemente limpiarse. El macho ni tan siquiera se acercaba al nido y menos a menos a darle calor a los huevos. En la primera cría salieron tres pichones que se criaron a base de la madre, que era la que alimentaba a sus vástagos, pero el francés ni arrimarse, a pesar de las llamadas de la hembra. Pero por si fuera poco, se ponía todavía muy aguerrido y se atrevía a llamar a la hembra a reclamo, lo que decía muy poco a favor del macho. Cuando los pichoncillos ya estaban pululando por la jaula, el macho los picoteaba. Lo curioso es que sucedió con los dos canarios franceses, porque su comportamiento fue mi similar.

Como conocía perfectamente el comportamiento de los españoles tuve que reconocer que las diferencias eran muy grandes entre los franceses y los españoles.

El macho español no entraba al trapo de la hembra con tanta prontitud, se dejaba desear un poco más y solían hacer un cortejo muy particular a la hembra. En ocasiones la hembra demostraba cierta inquietud por este comportamiento, pero el macho debía pensar que el plan era seguro y debió decidir posponer el ataque. Cuando se había realizado la pisa de la hembra, el comportamiento del macho español era la de un señor. Llevaba la comida  a la hembra, incubaba los huevos cuando la hembra salía del nido y daba de comer a la hembra y a los pichones las veces que fueran necesarias.

Por no extenderme más, las conclusiones que saqué de aquellos tres años fueron las siguientes— referidos a mis canarios franceses y mis canarios españoles—:

El canario francés es elegante, pero muy despreocupado, menos afectivo y menos amoroso, pero más lascivo y sexual, con muy poco interés por el cuidado del nido, de su pareja y de sus pichones. Muy indiferente, y salvo contadas ocasiones cumplía con su deber de pájaro padre. En su descargo cabe decir que era mu y limpio y aseado y muy coqueto. En definitiva, cabe decir que los machos franceses terminaron engordando en las tres crías que tuvieron al año, mientras que las hembras terminaron agotadas; las crías con más mermas, sólo se levantaron trece canarios jóvenes, pues algunos no llegaron a desarrollarse y solamente tres crías al año y en la última una puesta de tres huevos. La consecuencia del exceso de peso produjo una merma en las capacidades sexuales del canario francés.

El canario macho español es otra cosa. Se hace querer más, se comporta como un verdadero padre de familia, está constantemente preocupado de los deseos de su hembra y la de comer con absoluta rapidez. En definitiva, cuatro crías—no está mal— y entre las dos jaulas conseguimos veinte pájaros a la venta. Eso sí, la jaula de los canarios españoles están siempre más sucias, con más restos en el suelo y las cañas también más sucias de deyecciones, bueno que eran un poco más guarros que los franceses. Sin embargo, el canario español adelgazaba, más desdibujado, pero seguía siendo eficaz sexualmente, sin duda debido a su excelente forma física por tanto “trajineo”.

No sé si el resultado de mis conclusiones pudieran ser atribuibles al ser humano francés y español, pero si fuera así yo me quedaría con el español, porque siempre da mucho más gusto, placer y satisfacción tener alguien a tu lado que te quiera.

Con la cría de canarios no me hice rico, pero aprendí mucho del comportamiento animal.

LOS PÁJAROS ENJAULADOS NECESITAN MÁS AMOR

Amor a la francesa

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