Como un soldado de infantería
varado en la bañera,
donde la vista recrea
un bodegón de botes
y frascos de colonia barata,
no acabo de entender qué oscuro
sortilegio une el agua con mi piel
y cuanto deseo esconde
la sensación de imaginar,
frente a mi, otros nombres,
otros tiempos, otros desafíos.
Como si Lautrec me desvistiera
y Van Gogh pintara mi pecho
y los infinitos dedos de mis manos,
como si Rimbaud me penetrara
con su virilidad inconformista
y pudiéramos atrapar el aire
dentro de una botella perdida
en el océano y el discurrir de las horas.
Otros tiempos, donde fraguar la huida
hacia cualquier espacio incontrolable,
y sentirse vivo, tan solo fuera
una cuestión de disciplina
tan improbable como excitante.
Otros desafíos a merced de la bocanada
de esta eternidad tan frágil
que se diluye abrazada a la toalla
y un mar de espuma desbocada
hacia el borde del abismo de la tierra.
Estar vivo, cuando se hace cierta
la excitación de imaginar el agua
nuevamente sobre mi cuerpo,
habitando mi contorno y mis espacios
y este deseo incontrolable de encontrarte
diluido en el aire insignificante que respiro.
Como un soldado de infantería
varado en la bañera.