Se apagó la voz del escritor y quedó su obra literaria y su costumbre narrada bajo su particular visión de lo que era antaño la vendimia. Mirar el paisaje de alrededor es deprimente y tan demoledor que ni siquiera leyendo ese vendimiario de Francisco García Pavón nos quita la tristeza por lo que se ha perdido y destruido. Él no escribirá sobre el campo yermo y los pueblos desalojados de riqueza; tampoco de sus habitantes envejecidos sin otro futuro que la muerte rodeados de casas vacías y abandonadas. No escribirán los doctos escritores apoyados por éxitos tempranos sobre esa desolación de cámaras sin uvas ni pasos de mozas similares a la hija de Plinio, el policía que le preocupaba que su hija entrada en la treintena no estuviera casada. Ahora los jóvenes que se van no vuelven ante la pasividad de la perdida de riqueza de los pueblos manchegos, ni buscan en la literatura costumbrista ese afán de ayer en permanecer donde estaba sus raíces.
Se han perdido los modales de los que escribiera García Pavón en sus novelas policiacas, y de esta efemérides del centenario de su nacimiento no tengo muchas referencias que se estén vendiendo sus libros para leerlos. Porque si no se compran las obras de un escritor de poco sirven las notas de prensa y el folclore alrededor de unas fechas. Asegura Francisco García Pavón en un párrafo del Vendimiario de Plinio que “Bien mirado, todo parecía un teatro de gilipollas hinchados de ese aire tan raro que se llama vida” Palabras las suyas actuales también hoy. Y también las televisiones siguen soltando royos a todo gas, como él asegura en ese vendimiario, ampliados en teléfonos móviles donde se pierde la libertad individual y colectiva.
Pervive aquella cooperativa nacida de unos cuantos dueños de viñas, escasas, según narra el escritor, llamada Virgen de las Viñas, que se unieron para elaborar y no tener que vender las uvas a las bodegas porque mantener jaraíces era ya penoso e imposible. Y Manuel, alias Plinio, se detiene al pasar por un “jaraíz antiguo, debía ser el último. Su dueño era un tercuzo, por mal nombre Colifloro, que, a pesar de su corta cosecha, decía que a él, “No le tocaba nadie sus uvas”. Plinio viendo al padre y al hijo trabajar en el jaraíz tiene añoranzas del pasado. Un pasado familiar sin fama de grandeza pero orgulloso de sus afanes y logros. Vendimias donde el respeto mutuo era signo de convivencia y donde paladear un buen vino de la cosecha era entablar conversación con los amigos.
La tierra de viñas era la alhaja familiar de aquellos años del novelista con su vocabulario vulgar y localista de un sector trabajador donde la violencia no mataba mujeres como se asesinan hoy. Leer a García Pavón es mucho más que la churrería de la Rocío y de los decires y dichos de algunos de sus personajes. Se desliza en el Vendimiario de Plinio esa tristeza de abandonar las tradiciones; las cuevas y las tinajas donde el mosto no reventará de gozo voluptuoso para convertirse en vino, y con ella espuertas, serillas de esparto y goma, remolques de madera y vendimiadores y vendimiadoras venidos de pueblos de alrededor y de Jaén que son leyenda de las páginas de sus libros. Filosofía de vid y vida enlazada en sus creaciones cuando a solas dialogaba con sus personajes. Pámpanas en parajes donde todavía verdean las cepas: en vaso o en espaldera, vendimiadas las unas con manos humanas como antaño; las otras con máquinas de hierro.
Uvas doradas las de Plinio. Sabrosa fruta amamantada de rayos de sol y arado, amor de hombre y también de Dios. Uvas labradas desde su origen por manos campesinas para conseguir vivir como hijos de la tierra desde el Padre Abrahán. Aquí en los pueblos manchegos, todos nosotros, tenemos nuestra tierra prometida y si los pueblos mueren también nosotros nos extinguiremos, se olvidará nuestra literatura, y toda creación nacida de nuestros artistas.
Suprimir y abandonar bodegas y viñedos es enterrar El Vendimiario de Plinio en el olvido. Es perder el norte, y sin brújula interior el corazón pierde su propia naturaleza. “Ahora toda la gente del campo, así que conseguía unos cuartos, se compraba un coche. Y aquellas caras curtidas, que siempre se vieron tras el culo de una mula o de dos, meneando las orejas del animal y meneando las ramaleras, ahora ahí los tenías, encerrados entre cristales, calentitos con el volante en las manos y a aquellas velocidades.” Francisco García Pavón y su inagotable versión de nuestras vendimias en sus libros, leerlos es similar a crecer y luchar por que no mueran nuestros pueblos. Si mueren, Plinio dejará de vendimiar otras vendimias.
Natividad Cepeda