Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

Lucia el sol en lo alto de la meseta de ésta Castilla, ayer llamada la Nueva, y a la que hoy llamamos Castilla-La Mancha. Alumbraba  con todo su esplendor los pueblos alejados los unos de los otros, de los que cuentan que las aldeas y villares esparcidos por estos terrenos y campos, fueron obligados a reagruparse por aquellas órdenes militares del medievo para controlar los pueblos reconquistados a los árabes  invasores. Arriba se divisaba el castillo con su bandera roja y gualda ondeando al viento del cerro Calderico, elevándose  por encima de la llanura, y a sus pies el pueblo de Consuegra.

Una población donde sus orígenes se datan anteriores a la época romana. Consuegra y el castillo de la Muela, dicen que primero fue plaza musulmana, después en el siglo XII, ampliado para albergar  a la Orden de San Juan de Jerusalén; monjes y combatientes en defensa de la fe cristiana. Caballeros de cruz y espada…Ellos los caballeros de San Juan, nacidos para defender los Santos Lugares de Jerusalén y a los peregrinos que viajaba hasta  ellos. Saladino fue uno de los grandes gobernantes del Islán, fue sultán de Egipto y Siria, dominó Palestina y Yemen entre otros muchos territorios y  puso fin a las gestas guerreras de occidente al vencerles y en el recodo de los monjes aparecieron las cresterías de la España ocupada.

Los caballeros de San Juan de Jerusalén perdieron la ciudad santa y con ella su Hospital: el hábito negro con la cruz blanca de ocho puntas y en ellas las ocho bienaventuranzas pronunciadas por Jesús de Nazaret en el monte y que recoge Mateo en su Evangelio; bienaventurados los pobres, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre de justicia, los misericordiosos, los de limpio corazón, los que buscan paz, los perseguidos, los injuriados por seguir a Cristo…Dichosos todos ellos. Eso significa la cruz de ocho puntas. Cuando llego al castillo percibo que sus piedras conocen secretos agostados de vasallos y reyes, de nobles y felones de lo que flota en el aire de mitos y leyendas, de romances que cantan aquello de

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Un castillo hay en Consuegra 

que en el mundo no hay su par;

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mejor es para vos, rey,

que lo sabréis sustentar. 

No sufráis más que le tenga /

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ese prior de San Juan...

Trágicas sentencias entre profundas oquedades delatan horas amargas entre sus muros, y a pesar de eso, deambulamos abstraídos por las dependencias recuperadas después de ser bombardeadas por las tropas francesas en el siglo XIX. Más tarde la desamortización de Mendizábal y Madoz, que ni fueron progresistas ni solucionaron la maltrecha economía, más bien hundieron a todos en la pobreza perdiendo patrimonio nacional por la mala gestión de los gobernantes en aquellas nefastas subastas…

Silva el aire por la muela del Calderico. No importa, ante el castillo se siente un escalofrío imperceptible porque es mucho más grande que cualquier castillo contemplado en una película. Se agolpa lo leído en libros o escuchado de otros labios: Aquí, en este castillo murió peleando en su defensa el hijo del Cid Campeador, Diego Rodríguez… Y de pronto en la torre albarrana circular e imponente, imaginas por ella debió asomarse la princesa sevillana Zaida, hija de Al-Mu'tamid casada con el rey Alfonso VI - que ahora nuevas investigaciones dicen ser falsas- Pero yo la veo mirando al Sur, mientras el ruido de los caballos le recuerda las naves al zarpar del río Guadalquivir en Sevilla, ahora lejana y a la que ya, jamás volverá.

El castillo de Consuegra se ve desde la autovía A4 que nos lleva a Andalucía. Durante años, en lo alto se veía una enorme grúa. Nos acostumbramos a verla y en mi infancia cuando le pedía a mi padre ir a visitar el castillo me respondía que allí solo había piedras derruidas. El ayuntamiento compró el castillo a su dueño y también los molinos, así, año tras año, se fueron recuperando estancias limpiándolas de escombros y devolviéndoles la austeridad y empaque que debió tener durante siglos.

La luz  de la tarde se desvanece cuando se accede al interior y me siento pequeña en la sala Capitular y siento deseos de rezar en la capilla y me admiro  del aljibe que proporcionaba agua y… siento terror al pensar en los prisioneros encerrados en esta fortaleza. Me asalta el miedo del pasado a su manera de vivir. Escucho el eco de mis pasos y me retiene el misterio que lo habita. Salgo al exterior cuando el sol declina su luz por el oeste y pienso que en los libros no está escrito todo lo que en este soberbio castillo ocurrió.

Hoy un domingo de octubre de 2020 el camino que lleva al castillo y a los molinos está abarrotado de coches, con gentes de todas las edades afanándose por ver el pueblo de Consuegra allá abajo, a los pies del acantilado y hasta todos llega el pasodoble de una corrida de toros desde la plaza que se divisa, y escuchamos su clamor y su alegría; vida y muerte bajo el sol. En otro lado en  el campo de futbol se disputa un partido, y nosotros, vamos y venimos por entre el castillo y los molinos huyendo del encierro del coronavirus, disfrazados de desconocidos detrás de nuestras mascarillas.

Intentamos sobrevivir a pesar de la caótica situación actual, y pienso al despedirme del castillo, que para los que lo habitaron tampoco tuvo que ser fácil la vida entre sus muros.

Natividad Cepeda

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