De todas las formas posibles
de existencia inanimada,
los colores, los espacios
e incluso las grietas,
del oscuro y antiguo
deseo de coherencia,
surge la voluntad de sentir
otros procesos menos traumáticos,
donde el whisky sepa a barrica
y no a nicotina adulterada,
donde buscar una noche sin alma
sea encontrar una mujer enamorada
donde dormir a pierna suelta
sea cruzar descalzo todas las playas.
A fin de cuentas la grieta y su extensión
la forma el silencio y la apatía,
la ruina de una misma noche
cruzando los mismos mares verdosos
o el simple hecho de estar mojado
en la arena de los desiertos,
al amparo del viento y las rocas,
sin divisar la grieta donde cada noche
acudo a resguardarme de lo invisible
y el temor a convertirme en la rutina
de los mares, el desembarco de las olas
o el pequeño hueco que no cubre mis deseos.
Y así, convierto en portentosa mi existencia,
este espacio incontable y perverso
que va fundiéndose con los días,
con el ladrido de los perros,
las risas de la inocencia,
como una montaña rusa
hacia el fondo de lo innombrable
y el trayecto impune del dolor a la caída,
sin más amparo que la creencia
de un mismo dios al que rezar,
sin más deseo que cruzar la calle
y proyectar mis ojos en ti,
en nosotros, en la pubertad
del ansía de ironizar con otros mundos
lejos de tanta patraña e inapetencia.
Créeme si pretendo ceñirte al embrujo
de esta noche que de pronto parece tan oscura,
y amenazarte con el color, la existencia
y la grieta que me resguarda de lo imprevisible.
Lo demás, olvídalo, nadie ha vuelto a recordármelo.
Miguel Á. Bernao
#poemasbernao