Virgen de las Viñas Tomelloso
Cuadernos Manchegos
Cuadernos Manchegos

Cuéntase que se cuenta, cuéntase que ocurrió que la buena Regulina estaba una noche en el cine de verano, entusiasmada con una película de amor en blanco  y negro, en el momento en que el chico arrimaba sus labios a la chica. Como siempre ocurría en este tipo de películas, desde que el guapo de la película arrimaba sus morros a la chica, podrían transcurrir cerca de cinco minutos y en el mismo momento del acercamiento total, se producía un fundido pasando a otra escena. Pues bien, en ese primer momento la Regulina notó cómo una mano se posaba en su rodilla e iba subiendo por su pierna, al mismo ritmo que se producía la comentada escena de la película. Extasiada como estaba por tal escena de amor, notaba cómo un calor extraordinario arropaba su cuerpo y, en el éxtasis de la escena, la mano acarició su sentido más sensible.

Tanto le gustó que al día siguiente volvió ver la película y esta vez buscó intencionadamente a un muchacho para sentarse a su lado y ella misma, cuando se reprodujo la escena comentada, le cogió la mano y se la puso en la rodilla. El muchacho, que no era tonto, aprovechó la oportunidad proporcionada, para culminar el avance de su mano hasta el lugar ya sospechado.

Cuéntase que se cuenta, cuéntase que ocurrió que nuestra buena Regulina, tan entusiasmada por estas escenas, empezó a merodear en solitario por las vallas de la Casa de Campo, buscando a militares jovencitos de los cuarteles próximos y en la misma valla  cometía el pecado capital por unas cuantas pesetas. Lo más admirable es que seguía un protocolo  fijo siempre: y es que lo primero que tenía que hacer el cliente era empezar por poner la mano en la rodilla, así la buena Regulina rememoraba la escena de la película hasta que llegaba al éxtasis final sin que tuviera que coincidir con la del cliente, que siempre era mucho antes, por lo que nuestra buena protagonista necesitaba más.

Llegó a tener tanta fama y popularidad que era habitual entre los soldados el pasear por las vallas a menudo para pasar el fin de semana, especialmente los que eran de fuera de la localidad, aunque las tarifas fueran aumentando.

La Regulina llegó a amasar una fortuna que la llevó a construir una casa de gran categoría que le permitiera vivir más cómodamente con su madre, ya envejecida.

Pero, a pesar de ello, no montó ningún negocio, sino que siempre establecía su cuartel general en las tapias, que era el único lugar donde sus sensaciones llegaban al culmen definitivo.

Cuéntase que se cuenta, cuéntase que ocurrió que, ya anciana, la buena Regulina perdió su capacidad amatoria y se recluía en su casa— muy adecuada y con gusto, conseguida gracias a su trabajo—, ya solitaria por la muerte de su madre, y todas las noches proyectaba la misma película que de joven la hizo vivir apasionadamente su vida. La Regulina murió feliz.

Esta narración está basada en hechos reales

 

Regulina

 

 

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