Es indudable que en el siglo XV el dominio de los territorios en la península ibérica era una de las ambiciones de todos los gobernantes y cada monarca trataba de realizarlo de distintas formas. Unas veces con pura invasión de territorios, otros mediante matanzas de personajes nobles de territorios e incluso con la misma muerte o encierro de los reyes a otras regiones o zonas, pero una de las formas que siempre se han utilizado, tanto a nivel de nobleza como de clases sociales, era conseguir matrimonios y enlaces conyugales entre distintas familias de la nobleza para conseguir unificar territorios.
La mujer que aquí describimos ha sido un personaje muy olvidado por la historia y poco conocida, y que se hace necesario sacar a los lectores de forma breve y resumida, pero que pudo tener una importancia decisiva en la evolución política e histórica de España.
Juana de Portugal era hija póstuma de Eduardo I de Portugal y Leonor de Aragón, hija de Fernando I de Aragón. Nació en el año 1439 en Almada (Portugal).
A los 15 años se casó con Enrique IV, teniendo el rey castellano 44 años. Enrique IV era primo suyo y estaba separado de su primera mujer Blanca II, de Navarra, por no haber consumado su matrimonio.
El casamiento se produjo en el Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba.
Enrique IV, fue denominado “el impotente” y acusado incluso de homosexualidad, aunque se supone que tenía una enfermedad o trastorno funcional que le impedía tener hijos.
A los siete años de matrimonio tuvo una hija a la que se puso el nombre de Juana. Los comentaristas hablan de una especie de inseminación artificial por un método que utilizaban los judíos, aunque prohibido en aquel entonces y, de distinto criterio, otros historiadores hablan de que la hija fue el fruto de la relación mantenida con el valido del Rey, Bertrán de la Cueva, por la que el pueblo bautizó a la niña como “Juana, la Beltraneja”. No se sabe si fue amor verdadero o se realizó para quitar la fama de impotente al rey.
Como consecuencia de la presión ejercida sobre el rey por la nobleza, éste, para acallar los comentarios, la desterró al castillo de Alaejos, en Valladolid, bajo la custodia del arzobispo Alonso de Fonseca y Ulloa y al mismo tiempo desheredó a su hija y nombró heredero a su hermano Alfonso que murió de forma poco conocida al poco tiempo. Durante su estancia tuvo un parto de dos hijos gemelos con el sobrino del arzobispo llamado Pedro de Castilla y Fonseca. Como consecuencia desheredó a su mujer en en el Pacto de Guisando en 1568, nombrando heredera a su hermana Isabel “La Católica”.
Dos años después el rey quiso volverse atrás, ya que el rey Luis XI de Francia quería casar a Juana con su hermano el duque de Guyena, mediante un acuerdo que no llegó a realizarse por el fallecimiento del futuro esposo.
Posteriormente se refugió en el castillo de Trijueque en Guadalajara con la protección de los Mendoza y finalmente a la Iglesia de San Francisco el Grande en Madrid, donde falleció a los 36 años de edad en 1475.
Hay que recordar que Enrique IV era hermano de Isabel la futura reina católica y entonces el rey proclamó la herencia a su hermana especialmente porque los proyectos que tenía la reina Juana era casar a su Isabel, con su hermano Alfonso V de Portugal e incluso a su hija Juana con el hijo de Alfonso V, con lo que se conseguiría unir Castilla y Portugal. Sin embargo se encontró con la oposición de los nobles castellanos que intuyeron que de esa forma los portugueses tomarían prevalencia sobre los reinos castellanos, por lo que apoyaron la segunda versión que era casar a Isabel con Fernando de Aragón para así unir los dos reinos españoles y evitar la posible hegemonía por parte de los monarcas portugueses.
No existen pistas de los restos de la reina fallecida y hasta su muerte Juan de Portugal mantuvo su categoría de reina regente.