En un lugar de La Mancha hallábase un don Pedro que casi todos los días acudía a la farmacia, rebotica, de mi padre, y, el sombrero deponiéndose, iba dando la mano a todos, a los mancebos, a familiares, a nosotros niños, todo exquisito y caballero, todo galante, muy ilustre por demás que nos embelesaba con sus narraciones de la Historia de España, por ejemplo. Pero ¡ah cielos! acaecía también que cuando don Pedro deambulaba de venida o vuelta por la calle, era de ver o, mejor, de oír cómo iba hablando solo -le observamos lejos- con cierta obsesión o ideas fijas sobre la obstrucción que en su vivir alguien le hacía (su ama de llaves, desentendida la esposa, era la que hacía y deshacía imperando rotunda en la gran casa solariega, de hidalgo). Don Pedro, acaso débil de mente, incapaz de imponerse como dueño, se devanaba con sus diatribas e improperios en soliloquio callejero, porque, cierto, en casa, imposible.
¿Podemos decir que el buen don Pedro era un demente? El mismo que ilustremente podía disertar sobre Historia.¿No debe decirse quizá, lejos de técnicos análisis sicológicos, en mera antropología casera, que don Pedro padecía una mera fijación obsesiva de la que creería aliviarse con un desahogo solitario en hablar con nadie? Diríamos una demencia “parcial” con la cual no podemos menos que aducir a don Quijote.
Alonso Quijano se obsesiona en la lectura muy determinada de los libros de Caballerías. “Se le secó el cerebro”, “vino a perder el juicio”… Muy “cierto” con, en sus aventuras, mas ¿no es menos cierto que conservó siempre una singular clarividencia sobre lo humano y su recto modo de proceder? Ningún ejemplo más “elocuente” que el famoso discurso sobre las Armas y las Letras (parte I, capítulo XXXVIII). En consecuencia también podría decirse que hay siempre implícito en él, un Alonso Quijano “sin Quijote”, es decir, una mente razonadora ajena a la locura, o poseída ésta parcialmente. Tal cual don Pedro, buen disertador en la rebotica, y demencial que habla a solas con el aire. Ambos tal vez en mera demencia y no locura locura como en el joven que salta “de risco en risco y de mata en mata” (I.cap.XXXIII). ¿No sería pertinente distinción la de demencia y locura? Aquélla, leve u ocasional, ésta grave y de conducta.
Nos surge otrosí la curiosa correspondencia de demencia a la edad. Sí, Alonso Quijano y don Pedro hállanse ambos en zona de senectud. A tiempo de producirse dichas demencias, de los dos bien podemos decir “viejos”, ante todo en consideración de la época de ellos. Y por cierto, a este tal, yo, sobradamente alcanzada ya la senectud cumplidos los noventa y cinco años, no parece afectarle ninguna “demencia senil”. O sea que vengo en confirmar que muchas “demencias” que puedo aducir en mi extensa visión de años, son más bien, como en don Pedro y Alonso Quijano, obsesivas, necias fijaciones y adherencias no necesariamente sustanciales, ni, menos, identificables con una declarada “locura” (en don Quijote mejor nos parece lo de perder el juicio que llegar a loco).
Y referiré, asimismo, algunas “demencias” que se me antojan tales, muy distintas de la de don Quijote y sin ofensa al debido ser de sus “autores”. Primera sería, con máximo respeto, una demencia piadosa. Supongo a los jesuitas de Madrid con edición aún de una sesuda revista titulada “Razón y fe”, que se me antoja como consigna de ardua actuación o proceder, es decir, conjugar la Razón y la Fe. Que toda creencia pía, por muy “ciega” que se diga, esté fundada en racionalidad, en una posibilidad de respuesta a todo problema de lo fiucial, si bien, finalmente, en una misteriosidad que incluso la más pura ciencia con Einstein considera como “lo más bello”. Difícil proceder cuando la fe nos resulta demencial en sus proposiciones cuasi contradictorias. Pero más demencial, por otra parte, acaso cuasi ligereza de supuesta fe, el mucho entusiasmo en tan innúmeras imágenes…, en tan multitudinarios cofrades, procesionantes…
En segundo lugar anotaríamos la “demencia politiciosa”. Primero, la individual, el que tras treinta siglos de cultura o civilización, un homo sapiens, un ser libre y personal posponga esa personalidad al pensar de un “sumo líder” o grupo, deseando y gozando la obtención del carnet que le inscriba en el partido (en el gremio). Y por delante, la actual “máquina” española en despiece, que proviene -ya lo hemos publicado en “A decir verdad”- de la demencia de un rey tramposo en que se le presente un candidato para Presidente del Gobierno, a un abogado sin más dotes que su personal ambición, por la cual, Constitución de autoría también socialista y comunista, “café para todos”, partidos y autonomías… (sin olvidarnos de cómo legalizó el comunismo tras prometer ante 32 generales del Ejército que nunca lo haría). Demencial, auténticamente de un demente.
En postrer lugar, creo no forzar el significado si digo “demencial” a este funcionamiento hoy económico-comercial que abruma, esa plaga de acoso vendedor en publicidad, Como muestra, ¿no es demencial, casi estúpido, que por tanto conducto, de papel, de televisión, de internet, nos anden preguntando una y otra vez si queremos saber lo que vale nuestro coche? Y respuesta, primero, no tengo coche desde hace muchos años, y de los cinco que hube nunca quise saber su valor ya usados… Y más: con la misma insistencia, el ofrecimiento de una sabia cerradura, que es “inteligente”… ¿qué dicen? ¡demencial de toda demencia!
Rematando con la universal demencia de humanos, de alegres y confiados, sin alguna represión de morientes en ciernes, de seguros candidatos a la inexistencia en este mundo… Mas Don Quijote me valga, me mantenga siempre Alonso Quijano hasta cuando sea constreñido al “me siento a punto de muerte”, “vámonos poco a poco”, “en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”, “yo siento que me voy muriendo a toda prisa” (en el último capítulo, y en el prólogo con Horacio, pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turres), la pálida muerte con igual pie patea las chozas de los pobres y los palacios de los reyes.
Juan Antonio Ruescas














