La madrugada empezó como siempre, el sol apenas asomando por el horizonte. El despertador sonó, me levanté medio dormido y me fui directo a la ventana. La abrí y, al mirar afuera, me quedé quieto un momento.
Había una langosta en el borde de la ventana. No es algo que se vea todos los días, menos a esas horas, cuando el pueblo está todavía en silencio. La langosta estaba parada ahí, mirando todo, como si no tuviera prisa. El viento soplaba suave, pero ella no se movía.
Me acerqué un poco, y en ese momento, no sé, me dio la sensación de que se dio cuenta de mí. Movió las antenas y, en un parpadeo, saltó y desapareció. Fue raro, la verdad. No entendía bien qué había pasado.
Me quedé pensando en eso. Como si el día fuera a ser distinto, aunque no podía explicarlo. Algo me decía que esa langosta tenía algo que ver con lo que iba a pasar. No sé, tal vez solo estaba inventándomelo, pero no podía dejar de darle vueltas.
Salí a la calle, el sol ya empezando a calentar las fachadas, y empecé a sentir que todo estaba raro, diferente. Quizá solo era mi cabeza, pero tenía la sensación de que algo iba a pasar. ¿La langosta? No sé. Quizá solo me había dejado un pensamiento tonto, pero no podía sacármelo de la cabeza.













