En el Día Internacional de las Mujeres Rurales, el mundo entero debería detenerse no solo para recordar, sino para sentir en lo más profundo del alma el pulso vital de las mujeres rurales. Ellas, guardianas invisibles de la tierra, las familias y las comunidades, merecen más que una fecha en el calendario: merecen un tributo eterno a su resiliencia y a su amor inquebrantable.
En este 2025, bajo el lema «Las mujeres rurales sosteniendo la naturaleza para nuestro futuro colectivo: Construyendo resiliencia climática, conservando la biodiversidad y cuidando la tierra hacia la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas», este día se convierte en un eco emocional, un grito apasionado de reconocimiento a su labor incansable y una reivindicación ardiente de sus derechos y dignidad. Es el momento de abrir el corazón y actuar, porque sin ellas, el mundo se marchitaría.
Como hija de un pequeño pueblo en la serranía baja de Cuenca, en Castilla-La Mancha, mi compromiso con la defensa de los derechos de las mujeres del mundo rural no es solo una causa; es el latido de mi vida, inmenso, inquebrantable y profundamente personal. Nací entre montañas que susurran historias de esfuerzo silencioso, en campos donde mis abuelas y madre tejieron con sus manos callosas el tejido de la supervivencia. He recibido reconocimientos por esta lucha que llevo en la sangre, pero nada me motiva más que el recuerdo de aquellas mujeres que, con una sonrisa estoica, enfrentaban el amanecer helado para sembrar esperanza. Hoy, quiero que mis palabras lleguen al corazón: las mujeres rurales no son meras siluetas en el horizonte; son el alma vibrante de nuestras sociedades, el fuego que ilumina el camino hacia un futuro más justo. En cada una de ellas veo reflejada mi propia raíz, y en su empoderamiento, el florecimiento de toda una nación.
Imaginemos, con el corazón abierto, la vida de una mujer rural: se despierta antes que el sol, con las manos arrugadas por la tierra, cuidando a sus hijos e hijas con ternura infinita mientras cultiva los campos que alimentan a su entorno. Trabaja bajo un cielo caprichoso, enfrentando los embates del clima cambiante con una fuerza que nace del amor puro por su familia y su pueblo. Representan más del 25% de la población mundial y producen gran parte de los alimentos que nutren al planeta. Pero ¿cuántas veces su sudor y su sacrificio pasan desapercibidos, como un susurro en el viento? En el peor de los escenarios climáticos, hasta 158 millones más de mujeres y niñas podrían caer en la pobreza extrema para 2050, y 236 millones en la inseguridad alimentaria. Cifras que no son fríos números, sino lágrimas no derramadas, sueños rotos y familias deshechas.
Sus ingresos siguen siendo injustamente menores, ganando solo una fracción de lo que perciben los hombres en la producción agrícola. En siete de cada diez hogares rurales, son ellas quienes cargan con la recolección de recursos esenciales como agua potable, a la que 1.800 millones de personas aún no tienen acceso directo en sus hogares, o combustibles limpios, inalcanzables para el 45,6% de la población rural. Estos no son desafíos abstractos; son heridas abiertas que siento en mi propia tierra.
En España, las mujeres rurales son el pilar esencial de la vertebración territorial y social, impulsando con pasión la innovación y el emprendimiento en entornos donde la falta de servicios básicos hiere el alma colectiva.
En Castilla-La Mancha, mi región natal, cargamos con una pesada pero noble carga: el cuidado familiar, las labores agrícolas y domésticas, todo mientras combatimos la invisibilidad con la fuerza del amor a nuestra tierra. Luchamos contra el despoblamiento que vacía los pueblos y el cambio climático que amenaza nuestras cosechas, pero lo hacemos con el corazón lleno de esperanza.
Afortunadamente, hay destellos de luz que me emocionan profundamente; cada vez más mujeres se incorporan al mercado laboral rural, dirigen cooperativas con liderazgo inspirador y lideran proyectos innovadores que transforman realidades. El Estatuto de las Mujeres Rurales de CLM, con su exigencia de al menos un 40% de participación femenina en órganos de decisión, es un paso valiente hacia un futuro más equitativo, un compromiso que celebro con lágrimas de orgullo.
Iniciativas como el Programa Desafío Mujer Rural, del Instituto de las Mujeres, y asociaciones como AFFAMER (Asociación de Familias y Mujeres del Medio Rural) o UDP (Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados) ofrecen formación, asesoramiento y redes de apoyo que visibilizan y empoderan a estas heroínas.
Recuerdo con emoción las historias de mujeres conquenses que, gracias a estos programas, han convertido sus sueños en empresas sostenibles, tejiendo redes de sororidad que curan las heridas de la soledad rural. Sin embargo, reconocer no es suficiente; debemos reivindicar con el fuego del compromiso inquebrantable. Las mujeres rurales sostienen la naturaleza con manos amorosas, construyen resiliencia climática, conservan la biodiversidad y cuidan la tierra como si fuera una extensión de su propio ser, nutriendo no solo cuerpos, sino también el espíritu de comunidades enteras. Sin embargo, siguen enfrentando crueles barreras: leyes discriminatorias que limitan su acceso a la tierra, los recursos naturales o los servicios básicos. Barreras que rompen el corazón y exigen nuestra acción inmediata.
En Castilla-La Mancha, proyectos de igualdad y ayudas regionales buscan sensibilizar contra la violencia de género –esa sombra que no debe tocar a ninguna– y fomentar el asociacionismo, pero mi corazón demanda más: inversiones urgentes en infraestructuras, para aligerar la carga de cuidados no remunerados que agotan sus almas. Como sociedad, debemos erradicar con pasión las prácticas discriminatorias y honrar compromisos globales, como la Declaración de Beijing o el Decenio Interamericano por los Derechos de las Mujeres Rurales.
Reivindiquemos su dignidad con todo el corazón: invirtamos en educación transformadora, protección social robusta y liderazgo femenino que eleve sus voces a los dirigentes políticos y sociales.
Las mujeres rurales no son víctimas pasivas; son líderes innatas, guerreras del amor que, con nuestro apoyo incondicional, pueden transformar el mundo entero. En este Día Internacional de las Mujeres Rurales 2025, desde mis raíces conquenses que me atan a esta causa con hilos de emoción eterna, invito a todos y todas –con el alma abierta– a actuar ya. Honremos su compromiso con gratitud profunda, reconozcamos sus derechos como sagrados y elevemos su voz hasta que resuene en cada rincón.
Porque cuando una mujer rural florece, no solo la tierra se enorgullece: florece la humanidad entera, en un abrazo de esperanza y justicia. El silencio ya no es una opción; el cambio comienza en nosotras, con el corazón al frente y el compromiso como bandera.
Ascensión Palomares Ruiz, catedrática y presidenta de la Asociación Europea “Liderazgo y Calidad de la Educación”














