Cada 2 de mayo, el Día Internacional contra el Acoso Escolar, nos sacude con una verdad dolorosa: el bullying sigue siendo una lacra que afecta a millones de niños y jóvenes en todo el mundo. Lejos de ser un simple conflicto infantil, el acoso escolar destruye vidas, apaga sueños y deja cicatrices que, en muchos casos, nunca sanan.
Como docente con más de 50 años de experiencia en todos los niveles educativos, he sido testigo directo de sus efectos devastadores. Mis investigaciones y publicaciones sobre este tema confirman una realidad alarmante: uno de cada cuatro alumnos se siente acosado. Y hoy en día, con el auge de las redes sociales y el uso indiscriminado de los dispositivos móviles, el ciberacoso ha desbordado todos los límites.
El bullying no es un juego de niños ni un problema exclusivo de las aulas. Es una forma de violencia que se manifiesta en agresiones físicas, verbales, psicológicas o sociales, y que ahora se amplifica en el entorno digital. El ciberacoso, con sus mensajes hirientes, humillaciones públicas y ataques anónimos, es especialmente difícil de controlar porque trasciende las paredes de la escuela y persigue a las víctimas hasta sus propios hogares.
Las consecuencias son devastadoras: ansiedad, depresión, baja autoestima, abandono escolar e incluso, en los casos más extremos, tragedias irreparables. Pero no solo sufren las víctimas. Los acosadores, muchas veces marcados por entornos disfuncionales o carentes de educación emocional, también necesitan ayuda para romper el ciclo de violencia. Además, están los cómplices silenciosos, esos testigos que, con su pasividad, permiten que el acoso prospere. El silencio es, sin duda, el mejor cómplice del bullying.
Erradicar el acoso escolar no es responsabilidad exclusiva de docentes o padres; es un compromiso de toda la sociedad. Desde los medios de comunicación hasta las instituciones, pasando por cada ciudadano, todos tenemos un papel que desempeñar. Proponemos algunas claves para actuar, en primer lugar, educar en valores desde la cuna: La empatía, el respeto y la resolución pacífica de conflictos deben enseñarse en casa, en la escuela y en la comunidad. Los niños no solo aprenden lo que se les dice, sino, sobre todo, aprenden lo que ven. Si los adultos normalizamos la violencia o respondemos con indiferencia ante el sufrimiento ajeno, perpetuamos el problema en lugar de erradicarlo.
Actualmente, resulta imprescindible frenar el ciberacoso, porque las redes sociales son un arma de doble filo. Por ello, es urgente educar a los jóvenes en el uso responsable de la tecnología y establecer controles efectivos. Las plataformas digitales deben asumir su responsabilidad, implementando mecanismos efectivos de control, prevención y sanción frente al acoso en línea.
Igualmente, es imprescindible formar a docentes y familias. Los profesores necesitamos herramientas para detectar y abordar el bullying de forma temprana. Las familias, por su parte, deben estar atentas a las señales de alerta en sus hijos, ya sean víctimas o agresores.
Personalmente, considero que hay que conseguir romper el silencio: A los testigos del acoso, les decimos: ¡hablen! Denunciar no es “chivarse”, es salvar vidas. Es fundamental crear entornos seguros donde las víctimas puedan pedir ayuda sin miedo.
Necesitamos políticas públicas contundentes. Consecuentemente, los gobiernos deben priorizar programas integrales contra el acoso escolar, con recursos para prevención, intervención y apoyo psicológico. No basta con campañas; necesitamos acciones concretas.
El acoso escolar no es inevitable. Cada caso que prevenimos, cada víctima que apoyamos, cada agresor que reeducamos es un paso hacia un mundo más justo. Desde mi experiencia como docente, he visto cómo la educación puede transformar vidas. He visto a estudiantes superar el dolor y convertirse en líderes que inspiran. Pero para lograrlo, necesitamos actuar juntos: familias, escuelas, medios, instituciones y ciudadanos.
No podemos seguir mirando hacia otro lado. Hagamos un pacto: no más silencio, no más indiferencia. Que cada uno, desde su lugar, se comprometa a ser parte activa de la solución. Porque un niño libre de acoso es un niño que puede soñar, crear y brillar con toda su luz.
¡Basta ya de bullying! Solo juntos, con decisión y empatía, podemos cambiar este grave problema.
Dra. ASCENSIÓN PALOMARES RUIZ
Presidenta de la Asociación Europea “Liderazgo y Calidad de la Educación”
Catedrática de Didáctica y Organización Escolar