España arde, y con ella nuestro corazón. Los incendios forestales devoran nuestro patrimonio natural, dejando tras de sí un paisaje de cenizas y desesperación. En lo que va de 2025, cerca de 40.000 hectáreas han sido arrasadas, según datos oficiales y europeos. El humo cubre el cielo, el calor aprieta y la tierra clama auxilio.
Este verano, un cóctel letal de temperaturas extremas, sequía y vientos fuertes ha cumplido la llamada “regla del 30”: más de 30°C, vientos de 30 km/h y humedad por debajo del 30%. En estas condiciones, una sola chispa basta para desatar una tragedia. Pero el fuego no es solo un capricho del clima. En la serranía y otras zonas rurales, la despoblación y la falta de relevo generacional han dejado los montes abandonados, convertidos en polvorines.
Desde 2005, la superficie forestal ha crecido un 7%, pero el 89% de los hábitats de la red Natura 2000 se encuentra en estado desfavorable, según el Gobierno. La ganadería extensiva, que mantenía limpios los bosques, ha caído en picado: un 40% menos de ovino y un 30% menos de caprino en tres décadas. Sin pastoreo ni gestión forestal, el paisaje se homogeneiza, desaparecen los cortafuegos naturales y todo queda listo para arder.
Cada hectárea quemada es más que un número: es un pedazo de nuestra identidad, un hogar para la fauna, un pulmón que se extingue. Los incendios son un grito de auxilio de nuestra España rural, y cada incendio nos recuerda que nuestros pequeños fuegos, los que queman nuestra alma, apenas se mencionan. No queremos más veranos de cenizas. Exigimos una estrategia integral: un Real Decreto que unifique los planes autonómicos, priorice la prevención sobre la extinción e impulse modelos agroforestales resilientes. Necesitamos políticas que combatan el abandono rural, creen empleos dignos y devuelvan el mosaico de pastos, cultivos y bosques.
Prevenir es también una cuestión de cultura. Necesitamos campañas masivas de educación ambiental que enseñen a la sociedad a evitar negligencias (colillas, fogatas mal apagadas) y a respetar las restricciones en zonas de riesgo. La sensibilización debe llegar a cada hogar, escuela y comunidad. Además, la gobernanza rural debe fortalecerse con planes participativos que den voz y poder a las comunidades locales.
Las personas que amamos nuestra tierra alzamos la voz. Queremos montes vivos, pueblos llenos y un futuro donde las nuevas generaciones corran entre pinares sin miedo. ¿Dejaremos que el fuego siga ganando? Actuemos ahora, por nuestra España rural, por nuestra tierra.














