Cuadernos Manchegos
Frustrados

Frustrados

O frustradas, dependiendo del género del individuo. Aunque también puede utilizarse el masculino cuando se refiere a los adolescentes u otros colectivos. No obstante, te recomendarán que antecedas el los/las de rigor para que sea más inclusivo y acorde con esta manía de las repeticiones que supone el discurso políticamente correcto. En cualquier caso, no voy a entrar en disquisiciones liguísticas que no vienen a cuento y que me despistan sobre lo que intento exponer.

Así pues, paso a contarles el episodio. Un viernes de mayo de esta rara y calurosa primavera decidimos visitar el parque del Retiro. Era la primera vez que montaba en la red de Cercanías, o en el tren "grande" como dice ella, y supongo que remarca lo de grande para diferenciarlo del tranvía que recorre nuestra ciudad, que a veces se hace un lío al nombrarlos, pero tiene bien claro cuales son los colores de referencia de uno y de otro.

Hemos disfrutado del viaje y de la caminata, porque para la cría todo era novedad, sorprendiéndose del paisaje y de cualquier acontecimiento nuevo para su corta edad, que era un gusto ver su cara de felicidad.

A pesar de caminar protegidos por la sombra de los árboles, espantando palomas, mirlos, jilgueros y urracas que picotean entre la hierba, fue ver un pequeño parque infantil y no pudo resistirse ante la llamada de toboganes y columpios, aún así le aviso -un ratito que hace mucho calor.

Sin embargo, ese espacio para los más pequeños lo ocupaban un grupito de chavales de no más de quince años, en concreto, cuatro chicas y un muchacho que, subidos al columpio y encaramados a la meseta que da acceso al pequeño tobogán, moneaban aburridos. En un banco y agolpadas estaban las mochilas donde, supuestamente, se encontraban los cuadernos y los libros de texto, pues era un día lectivo.

Molesto por sus conductas y por el mal uso del mobiliario infantil les recrimino su  proceder, y así, de mala gana y con desidia, me contesta uno de ellos que está frustrado. 

A regañadientes se va al banco y desiste de seguir incomodando. Desde la distancia, y en actitud seria, simulo una llamada que no realizo, pero ellos apenas se mosquean y siguen a su bola como zangolotinos que son. 

Siguiendo el camino previsto hasta La Rosaleda trato de olvidar la escena del incidente que, sin embargo, me ha provocado un ligero enfado. De repente, divisamos un furgón de la policía municipal que transporta caballos y, justo en ese momento, la patrulla acaba su servicio y se disponen a embarcar la caballería. Ni que decir tiene que los animales tienen una atracción especial para la niña y allí, a la sombra, observamos las maniobras con los equinos que, dóciles, suben al camión.

Es entonces cuando se me ocurre preguntarle a uno de los agentes si ellos tienen competencias sobre el absentismo escolar. Muy correcto me contesta que no les corresponde, pero que hay un teléfono y existe un tutor municipal encargado de recibir este tipo de notificaciones. Desisto de ser un acusica y un delator, sin embargo le refiero lo sucedido y le manifiesto el malestar que me invade pensando en la ignorancia de sus progenitores.

No trato de ser un ingenuo sobre el comportamiento de los adolescentes, comprendo perfectamente que durante esta época de transición repleta de cambios a veces uno anda descolocado y como perdido, es normal. También que de vez en cuando y a través de generaciones hacer pellas o novillos era algo corriente.

Sin embargo, el episodio me ha motivado e, hipotéticamente, trato de buscar modelos familiares que justifiquen la desidia de las criaturas. Así, supongo que a lo mejor pertenecen a familias acomodadas y aunque se escaqueen, más tarde siempre podrán acceder a un buen estatus dentro la sociedad. Pero también pudiera suceder que los padres ignoren estas conductas irresponsables de sus vástagos e, ingenuamente, trabajan y trabajan tratando de procurarles un mejor colegio, una mejor educación, en definitiva se esfuerzan para que tengan los medios que ellos no tuvieron.

Pero en definitiva, lo que realmente me dejó descolocado fue el vocablo que utilizó el chaval para definir su comportamiento: "es que estoy frustrado", y lo dijo para vacilar, quizás sin saber realmente su significado, pero a lo mejor lo está y no resulta tan raro.

El ritmo precipitado de la sociedad actual, la precariedad, la ausencia de expectativas, los modelos equivocados, los video-juegos, el exceso de las redes sociales, los yutuber, los influencer o los realitys. Nos venden con aparente normalidad la utopía del sueño americano como algo accesible a cualquiera, ya saben, la igualdad de oportunidades ante el éxito y la riqueza.

Es normal que a su edad no sean capaces de analizar cuánto de ficción o de realidad existe en estos modelos a imitar. En general, los adolescentes son incapaces de advertir el peligro que supone idealizar esta forma de vida. Será más tarde y en el momento que les abrume la responsabilidad cuando reconozcan los errores cometidos y el tiempo que perdieron.

Tampoco me vale que algunos personajes, comunicadores o famosos alardeen que  durante su adolescencia o juventud transgredieron muchas normas, que fueron unos malotes y que, a pesar de ello, consiguieron triunfar. Ahora, estos divos se consideran respetables y un ejemplo para los demás porque tiene miles de seguidores, followers que dicen los enterados. Desgraciadamente solo algunos elegidos consiguen ese estatus, muchos son ídolos de barro o se quedan en el camino como juguetes rotos de esta sociedad tan competitiva. Pero los chicos, atrapados por los brillos de la pantalla y de la fama, no ven el peligro de estos modelos que la sociedad publicita.

No quiero finalizar sin reconocer que este texto surgió inicialmente del enfado, es más, en principio intentaba sermonear una moralina de la que muy pronto desistí. Más tarde, y ante la confusión propia de la adolescencia, he tratado de entender y justificar el comportamiento de los chavales. Menos mal que al menos la anécdota me ha permitido reflexionar sobre un tema que siempre me ha importado y, aunque no lo tengo del todo claro, al menos no soy de la opinión de aquellos que, en cuanto a mi generación y por menores desacatos, solían decir: "Estos lo que necesitan es un buen azadón."

Rafael Toledo Díaz