Comienzo este repensado y aventurado texto con dar una definición que pretende ser preámbulo oportuno, si no síntesis, de todo lo subsiguiente, que dice: “I.A. es la denominación abstracta y analógica de una actividad cuyo objeto es el estudio y construcción de sistemas computacionales de tal potencialidad que, en efecto, pueda hablarse de analogía con el sistema natural humano”. Definición que con parca variación responde a la que previamente me enviara un “escondido” científico español, quien, así mismo, luego lee y bendice todo este texto presente (él, Director del Centro R&D, Investigación y Desarrollo, actuante en diversas naciones, él muy frecuentemente consultado en video-conferencias por preeminentes matemáticos y científicos p. ej. de EEUU o Australia).
Para mí tengo como básico no perder de vista lo “artificial” como clara referencia implícita a lo “natural”, y entonces toda la cuestión resulta de pura analogía entre dos elementos, no siendo lícito emplear uno en exclusiva sin tener en cuenta al otro. Así, creo, no se puede decir simpliciter que un sistema computacional es “inteligencia” o “inteligente”, incluso llegando a la impuesta y generalizada manera de llamar así a lo que tan sólo es producto de un sistema computacional o inteligencia artificial (no digamos nada, por ejemplo, del extremo estúpido publicitario de una “cerradura inteligente”).
De llamar “inteligente”, pues, polemizamos. Y el susodicho científico también me escribe: “La capacidad para jugar al ajedrez se ha considerado durante siglos un signo de inteligencia en los seres humanos. Mas -ya se sabe- existen sistemas computacionales que son capaces de jugar al ajedrez mucho mejor que los seres humanos, y efectivamente el estudio y construcción de estos sistemas es una rama tradicional de la disciplina de la I.A. Pero el que un sistema computacional tenga capacidad de jugar al ajedrez, no implica necesariamente que dicho sistema sea inteligente; de hecho, está bastante claro para los investigadores, que tales sistemas ajedrecistas no son inteligentes”.
Paréceme interesante y oportuno el concepto de analogía, de los más laboriosos que recuerdo en mis estudios de Filosofía. Algo es análogo, si en un momento (metafísico) suyo es coincidente, y en otro, diverso. Así, la Inteligencia Artificial sería coincidente con la natural incluso, sí, superándola, en capacidades de acumulación y cómputo, pero sería diversa en su incapacidad de abstracción propia y singular de la tal natural.
De este modo de entender lo abstractivo tal que exclusivo de lo humano, actualmente no veo posible el apartarse, menos como inveterado pensante. Por cómputo y adición no encuentro camino que llegue a la abstracción, a no ser que, superando toda acción técnica, científica…, por vía de salto evolutivo, en un fabricado “monstruo”, aparezca genuina la inteligencia, como, sin proceso cerebral, le apareciera a los primeros sapientes. Pero en tal tesitura, evidentemente estaríamos fuera de lo estrictamente científico, soslayando el firme pensamiento de la causalidad que parece constante desde los griegos.
Y entonces citaré la sugerencia del aludido “escondido” científico: “…el esquema con que un hombre antiguo piensa la causalidad ¿no es la generación? Lo generativo es la base material y esquemática del pensamiento que nosotros llamamos de causa. En el credo de la misa todavía se podía oír engendrado, no creado (no hecho). Es un pensar fantástico junto al pensar raciocinante”. Y ambos puede decirse concordantes.
Con todo ello, precedente, ya es claro que no veo lugar definitivo para cualquier pregunta que se haga sobre “inteligencia” o su adjetivación en “inteligente”. No sé si toda vicisitud en tal asunto depende de una concepción, metodología, fraseología, términos… de la ciencia más moderna que no encaje en un planteamiento de permanencia secular cual es el de “intus legere”, e “intellegentia”, es decir, la singular “lectura” penetrante y abstractiva en cualquier realidad dada (en la naranja, accidental y no esencialmente, se abstrae su color, e incluso se constituye como determinante en todo objeto que sea de color naranja).
Y al barlovento de un recto razonar, bien surca el supradicho enfoque analógico para entender que todo avance “gnoselógico” (no de fantasía) deberá ser referido ¿analógicamente? a la pobre inteligencia natural que cada humano tenemos, sin hablar lindamente, en lo extrahumano, de algo “inteligente”, ni tratar generalizadamente de una problemática “inteligencia”. En definitiva, me parece simplemente un error “histórico” (irremediable) el aplicar el término “inteligencia” (incluso “artificial”) a un sistema de mera información o saber resultante de artificio computacional. Y a fin de cuentas, bien sobrellevemos la carga de una certera inteligencia, y a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga.
Juan Antonio Ruescas














